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El amigo Giancarlo Capello me pidió un artículo para un libro que está editando, que se titulará Ecos y variaciones de la ficción contemporánea. Como hace unos años con un texto sobre el paisaje en el policíaco contemporáneo, Giancarlo ha tenido la amabilidad de permitirme subirlo a los repositorios académicos. Esta vez nos pedía una colaboración que, sin abandonar el rigor, hiciera un esfuerzo por resultar divulgativa; relajar la escritura, vamos. Yo, encantado. Así que le propuse ahondar en una de mis comedias favoritas y me ha salido este “Catastrophe y la comedia post-romántica“.

A modo de introducción: “32 días después”

Podría ser un título de novela apocalíptica o de un programa de adelgazamiento.

Pero no. Es una unidad de medida.

La que marca la diferencia de Catastrophe con cualquier otra comedia romántica al uso. 32 días evidencian una falta en el periodo de Sharon Morris. 32 días es el tiempo que Rob Norris lleva de vuelta en Estados Unidos, tras su aventura londinense, intentando atrapar nuevos ligues. 32 días es el tiempo que tardan los protagonistas en darse cuenta –verdadera cuenta– de que los actos tienen consecuencias. Aquella cana al aire ha arraigado. 32 días después comienza realmente la trama de Catastrophe, con sus personajes transatlánticos dinamitando la esencia de la comedia romántica tradicional. 32 días después, el compromiso.

Porque, frente a la estructura narrativa en la que la fusión entre los amantes se ve postergada por mil y un obstáculos, la serie de Channel 4 salta directamente al “y comieron perdices”. ¡Y empieza a disparar a todos esos pájaros que supuestamente revolotean por el happy end! No hay impedimentos para la conquista amorosa… porque ni siquiera existe tal batalla. La decisión de estar juntos para cuidar a esa criaturita que se está gestando en el seno de Sharon no nace estrictamente del enamoramiento –el motor habitual de la comedia romántica–, sino de una convicción.

Una certeza que, aun a riesgo de sonar pomposo, podríamos catalogar de “moral”. Porque Rob es un dandi posmoderno, de polvo rápido y alergia al compromiso, sí. Pero esta vez decide madurar. ¿Por qué? Porque 32 días después un tercero se les ha colado en el encuadre. Pasado un mes de aquella alocada, sexy, semana londinense, la constatación del embarazo de Sharon le ubica frente al espejo: Rob se niega a repetir los errores de su propio padre. Estará ahí. Pase lo que pase. La sempiterna promesa del “hasta que la muerte nos separe” se ha transmutado en un acuerdo para salvar los muebles: “Mira, lo bueno es que somos gente razonablemente buena, así que probablemente podríamos hacerlo sin joder demasiado a ese niño” (1.1.)

Así Catastrophe se lanza a por una variante suicida de la comedia romántica. No es la más juvenil, con su tropo característico del “chico conoce chica” atestado de vallas hasta la línea de meta. Pero tampoco es un guiño a la clásica comedia de re-matrimonio (aquella inmarcesible screwball comedy de los años 30 y 40), donde los protagonistas se alistaban a una descacharrante guerra de sexos desde la madurez afectiva o, al menos, vital. No. A Catastrophe la podemos etiquetar como una comedia post-romántica precisamente porque es una carcajada matrimonial. Y todos sabemos que el matrimonio es la antítesis del romanticismo: no hay ser amado al que cortejar ni recuperar. Los papeles están firmados, el compromiso es firme y la cotidianidad la norma. Hay embarazos, niños, casa… la catástrofe completa, como lamentaría con sorna Zorba el Griego.

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