Sin hacer ruido, con un breve epílogo aterradoramente hilarante, se ha despedido una de las comedias que más me han hecho reír en la última década. Review es una pequeña joya de Comedy Central, una de esas series que aguantará el paso del tiempo hasta convertirse en referencia de culto.
Como escribí a raíz de su estreno en Movistar Series, “Review es una serie que se lanza a tumba abierta a por la carcajada -carcajada estruendosa, esto es, la provocada por la vergüenza ajena-, que ansía conquistar al espectador con la simplicidad de media hora de deleite surrealista y tronchante. Por mucho post-humor, por mucha sadcom, por mucho hermanamiento con la estirpe dolorosa de Louie o Bojack Horseman, ambas excelentes, Review es otra cosa. Juega a estirar la comicidad hasta el límite de lo soportable, pero no mediante la introspección, el comentario social o la subversión genérica, sino mediante el enaltecimiento del humor. En todas sus variantes: humillación personal, centrifugado del estereotipo, ironía británica, parodia abierta, slapstick, sitcom, gracejo absurdo, cinismo irredento, humor negro, mala baba… La misión de la serie es lograr que hasta tu vecino escuche tus risotadas histéricas”.
La tercera y última temporada ha consistido tan solo en tres capítulos, como una peli de 66 minutos. Porque, sí, una de las virtudes de Review, a pesar de su apariencia estructural de sketch, es precisamente su aguda continuidad narrativa. El corazón dramático -y cómico, que en una serie así no es más que la otra cara de la moneda- de Review son las consecuencias de los actos. Aún más: la regadera que lleva Forrest McNeil por cabeza parte de su imposibilidad para atender ese principio ético y humano básico: el consecuencialismo. Al zagal -devoto en cuerpo y alma de su “yo profesional”- le importan una higa los daños colaterales que para su familia y para él supongan las disparatadas reseñas vitales a las que se encomienda. Como en cualquier fanatismo, todo se supedita a “La Causa”.
Esa horizontalidad de la trama habilita, por ejemplo, que el histórico final de la segunda temporada -uno de los episodios cómicos más redondos que he visto nunca- revolotee por toda esta tercera entrega, tan auto-referencial y metatelevisiva. Es la conciencia televisiva de Suzanne (“¿cuál es la reseña?”, le pregunta al verle pedir el perro), el cuidado maternal de A.J. Gibbs, el disparatado juicio por asesinato o, sobre todo, la maquiavélica dominación del productor, capaz de vengarse de Forrest con un mítico speech en la penúltima review de toda la serie.
Así mismo, el último capítulo regresa a una de las piruetas más ingeniosas de la serie: el de las paradojas (como la de procastinar u otorgar seis estrellas). No es solo la endiablada lógica cartesiana de nuestro querido protagonista, tan divertida de contemplar, sino el reconocimiento por parte de los espectadores del dilema dramático que supone para Forrest abandonar su razón de vivir. En un aperitivo de esta última paradoja, A.J. Gibbs había demostrado que la vida real está por encima de cualquier compromiso profesional.
Nuestro Quijote de chaqueta y corbata flirtea con la lucidez, pero cada vez resulta más habitual que la comedia rompa los moldes. Ya no quedan Sanchos que adviertan sobre los molinos de viento. No hay happy-end, sino uno de las torturas más dramáticas que se han visto nunca en el reino de la carcajada. Auspiciado por una reseña solicitada por el creador del formato (el australiano Phil Lloyd, creador de Review with Myles Barlow), los últimos minutos de Review –absolutamente geniales– se erigen en una maldición: la de un hombre encerrado en su propia mentira.
El milagro de Review es, precisamente, lograr que la carcajada se nos hiele y la empatía por ese pobre imbécil -tan entrañable, tan cumplidor, tan infeliz- nos haga desear que las cosas hubieran ocurrido de otra manera. Pocas, muy pocas veces una comedia es capaz de hacer que la risa duela tantísimo.
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