, archivado en Fortitude

No solo mata el frío. También el lirismo de la blancura puede camuflar el espanto de la sangre. Edmund Burke prefiguró a los paisajistas norteamericanos del XIX al definir lo sublime como esa combinación de asombro estético y violencia cerval. Por ahí cava Fortitude: interroga el misterio de lo sublime escogiendo un invierno perpetuo, un lugar tan etéreo que ni siquiera los muertos pueden enterrarse.

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Fuera del entorno anglosajón, el Nordic Noir ha sido la tendencia estética -televisiva, literaria, fílmica- más influyente de la cultura popular contemporánea. Si nos ceñimos a la pequeña pantalla, la estela -remakes, adaptaciones, inspiraciones, copias no confesadas- de los Wallander, Lund, Noren, Nyborg y demás vikingos resulta interminable, para perderse. De ahí que las propuestas luchen a cara de perro por singularizarse y encontrar un hueco en la agenda del seriéfilo estresado de la actualidad. Qué sé yo: Hinterland apela a la novedad galesa, Atrapados a la claustrofobia islandesa y Broadchurch al retrato social inglés por citar algunas. Entonces, ¿qué cartas juega Fortitude?

Como contaba Mr. McGuffin, los mandamientos del género resultan nítidos, por lo que el margen de maniobra se reduce al sabor de la localización y al nivel de la calidad dramática. En lo primero Fortitude lanza un órdago a grande: una suerte de ciudad internacional, en el culo norte del mundo, donde hace tanta rasca que hasta los osos polares tiritan. La habilidad del planteamiento permite un plantel europeo de Champions (Michael GambonSofie Gråbøl, Christopher Eccleston, Richard Dormer, nuestra Verónica Echegui…) que se corona con la visita del desconfiado Stanley Tucci. Pero, sobre todo, subir el envite hasta ubicarlo como “Artic Noir” convierte Fortitude en un irresistible merengue visual de grandes planos generales y aguerridas secuencias nevadas.

Con ese envoltorio primososo, es la otra variante que permite el género -la calidad dramática- la que presenta alguna astilla. El piloto es sensacional para fundar un universo narrativo con aroma único, apuntalar la cuota de misterios y crímenes, y repasar lo pintoresco de las gentes que pueblan Fortitude, todas con su agenda oculta, sus muertos en el sótano y sus pecados griegos.  El problema, como tantas veces ocurre en el noir, es de equilibrio: si el cómo, el qué y el porqué andan a bofetadas, el conjunto del relato se resiente. Mezclando descubrimientos científicos, corrupciones inmobiliarias y asesinatos piadosos, la trama es enrevesada, como manda el canon, pero cae con frecuencia en la gratuidad narrativa, en el embrollo autorreferencial. Similar problema padecen algunos personajes, a los que les falta ese último lifting de guión capaz de convertir el dispositivo narrativo en entidad verdaderamente dramática. Se echan de menos más motivaciones para caracteres de corteza tan carismática como Henry Tyson o la gobernadora Hildur Odegard.

El paisaje, además, llega con un bonus track metafórico: como buena superficie ártica (no hay tierra, solo hielo) la ciudad de Fortitude es un firme donde no se puede enterrar a nadie… como los secretos de los protagonistas, que nunca desaparecen. Así mismo, los cadáveres de cualquier asesinato permanecen congelados para siempre… por lo que es un pasado del que nunca se puede escapar. Porque en el “Artic Noir” es la nieve la que cataliza el eterno retorno… y la muerte.

 [Pre-estrenamos la segunda temporada de Fortitude este miércoles, en el ciclo “TV Series Lovers“, en Pamplona. Para esta segunda temporada hay caras nuevas muy prometedoras: Dennis Quaid, el Robert Sheehan de Misfits o la Michelle Fairley de Game of Thrones]

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