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Supongo que es lógico que cada vez más padres anden preocupados por lo que ven sus hijos. Si el miedo a la tecnología es una constante -casi siempre exagerada– en todas las generaciones de adultos, la pandemia no ha hecho más que acelerar los temores. Cuarenta días totalmente encerrados daban para ver mucha tele. Además, la enseñanza en remoto ha provocado que las familias ya no puedan decidir a qué edad entra el ordenador, el móvil o la tablet en la vida de niños y adolescentes. Quien tenga hijos sabe que Google Meet y Zoom se han convertido en herramientas cotidianas, mucho menos efectivas que una clase presencial, pero suficientes para evitar el naufragio. Sin ir más lejos, escribo esto mientras mi hijo mayor, de nueve años, asiste a clase de Matemáticas online, puesto que toda su clase está confinada por un positivo.

Intuyo que este mayor tiempo con las pantallas por activa y por pasiva es lo que ha provocado que últimamente me estén preguntando mucho más por la pareja “series y adolescencia”. ¿Qué ven? ¿Cuánto ven? ¿Es saludable tal o cual serie? ¿Tienen efectos “psicológicos” las ficciones? ¿Alguna recomendación para tal o cual edad?

Como tantas cosas en esta vida, el tema es complejo y cuenta con decenas de ramificaciones. En este vídeo trato de abordar unas cuantas. Ya siento lo caca que suena el audio: me pidieron que impartiera la sesión un sábado de puente, a las 20.00. Una hora que, como os imaginaréis, es “ideal” para conseguir silencio en una casa con 4 niños pequeños. Así que, ejem, así es como suena estar escondido del Vietcong doméstico, para no escuchar ni ser escuchado.

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