, archivado en Mindhunter

Mindhunter Atlanta

Lo más inquietante de la segunda temporada de Mindhunter es que exhibe su propia refutación. Y eso, uf, resulta demoledor. Tanto método para combatir la locura asesina, tanto énfasis en que el Mal tiene una lógica que puede rastrearse… para acabar cerrando el espanto en falso. Resuena el eco del enésimo papagayo institucional: “Atlanta es una ciudad más segura ahora porque…”

¡¡Y un cuerno!! Como en tantos campos del conocimiento, la ciencia amasa muchos enemigos, mil padres que se empeñan en convertir a la verdad, con minúscula, en una hija bastarda. La conveniencia política, la corrupción policial, las prisas ante la máquina de picar carne que es la opinión pública… Los chulos que prostituyen la búsqueda de la Verdad han sido, son y serán siempre multitud. Porque, ante esa marabunta, la integridad de Ford, Tench y la doctora Carr apenas puede erigir su pudoroso heroísmo.

El método científico nos apunta a un varón negro. Pero, ey, estamos en Atlanta y hay insinuaciones que el establishment no puede tolerar. También el antirracismo tiene sus prejuicios, como todo identitarismo. Esa es la tragedia sociopolítica que, inesperadamente, ha trabajado la segunda temporada de Mindhunter: la de un grupo de madres-coraje que ven frustrada su ansia de justicia por culpa de una identidad colectiva que elimina de la ecuación todo lo que no se ajuste a su narrativa. Es, una vez más, el callejón sin salida de las “identity politics“: para defender a un poroso grupo social acaban dañando a numerosos miembros concretos de ese grupo social. El enésimo ejemplo de un “yo” preciso devorado por un “nosotros” siempre brumoso.

mindhunter 3

Con esta renovada ambición ideológica, parecería que Mindhunter hubiera pegado un salto de calidad; no en vano, el crítico comprometido saliva ante la presencia de un “mensaje de fondo“. Y, sin embargo, a pesar de sus muchos aciertos, esta temporada ha mostrado menos músculo que su excelente primer año. La subtrama de Atlanta acaba adueñándose de todo el relato y yo -debo de ser un crítico palomitero- he echado de menos más tomas y dacas con los perversos asesinos en serie. Hasta toparse con Manson -la fascinación del Mal, otro elemento clave para refinar el método-, Mindhunter había mantenido una estructura muy similar a su temporada de debut: turbadoras estampas de un futuro serial-killer, diálogos pausados con iluminados diabólicos (eh, Kemper, qué bueno que volviste), discusiones dentro de la Unidad del Comportamiento y retazos de cómo la vida familiar del trío protagonista sufre el desgaste de tener que lidiar con depravados y satánicos de 9 a 5. Al quebrar Atlanta esa dinámica, la Doctora Carr, por ejemplo, ha quedado tan dislocada del relato que su subtrama amorosa ha resultado lo más endeble del año. Básicamente porque parecía un Pisuerga que hacía la guerra por su cuenta, sin ese sutil juego de espejos que la primera temporada aportaba a su “problemática” orientación sexual.

Mucho mejor engarzado está el problema de la inadaptación del hijo de Tench. Ya en la primera temporada se esbozaba, con horror callado, la posibilidad de que su chaval desarrollara una personalidad asocial o peligrosa. Había siembra.. No obstante, la recogida se antoja demasiado brusca. Una causalidad tan nítida -un zagal asesinado a dos cuadras de distancia- parece metida a martillazos en la trama; encaja, sí, pero de forma artificial. Es un acelerón que derrapa más, si cabe, por ser Mindhunter una serie que se caracteriza por conducir el relato con parsimonia. Por eso, una vez que se justifica la inserción de esta nueva pieza infantil en el tablero, el drama familiar de los Tench se desarrolla con una dolorosa mezcla de impotencia, incomunicación y huida. Tench, su trabajo y su casa acaban convertidos en una inversión siniestra del triángulo amoroso.

Los serial killers de Mindhunter

(Fotomontaje de SlashFilm)

A pesar de su problema de arranque, la subtrama familiar de Tench, con ese último puñetazo del vacío, ejemplifica con rotundidad el cambio de énfasis de la segunda temporada de Mindhunter. La persecución criminal cede su puesto al melodrama familiar, la excavación psicológica palidece ante la exploración sociopolítica. Si, como me ocurre, uno prefiere el enfoque de la primera temporada, disfrutará Mindhunter 2 hasta la visita a Manson. Hasta entonces, hay un puñado de momentos memorables, eléctricos, emocionantes en su morbo inteligente, como el boxeo verbal con el poseído Berkowitz o el duelo de “mentiras” que los suplentes entablan con el viscoso Elmer Wayne Henley Jr. Sin embargo, a partir de la canción de Manson -qué curioso que Damon Herriman repita el mismo papel que en Once Upon a time in Hollywood– que suena al final del 2.5., la serie apuesta por el calor de la noche atlantina. Interesante, pero un pelín aburrida.

Mindhunter poster

La radical novedad de Mindhunter era su excepcional manejo del fuera de campo narrativo: una serie sobre asesinos en serie… que jamás exhibe una gota de sangre. Tan solo, ay, esos prólogos fugaces del iluminado BTK StranglerFord y Tench, como en el absurdo de Beckett, se pasan la mitad de la serie esperando no se sabe bien a quién. Es la ansiedad de un horror que unas veces se intuye y otras, simplemente, se recapitula en conversaciones tras los barrotes. Es una lucha desigual esta de andar persiguiendo sombras y derribando molinos de viento. Ford ya pagó el precio con su descenso al abismo de la locura al inicio de la temporada; ahora es el turno de Tench, arrasado por esta búsqueda sin fin. Como en el póster, todo es un puñetero test de Rorschach: dime qué ves y te diré cómo de chalado andas. El problema, claro, es que son los protagonistas quienes encarnan el dibujo. La locura puede ser infecciosa pues, como advirtió Chesterton, “loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón”.

2 Comentarios

  1. Poliptoton

    A mí me ha pasado algo que me pasa poco últimamente: se me ha hecho corta, me ha faltado algo.

    Es verdad que es un poco raro que la serie de repente rompa su estructura, abandone las entrevistas por completo y deje a Wendy sola. Me gusta Atlanta y a mí sí me gusta la trama de Wendy pero es como si me faltara un episodio más donde se enlace más y mejor Atlanta con el resto.

    Todo lo que hay me gusta, es lo que no hay lo que me falta.

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  2. Alberto Nahum

    POLIPTOTON: Es curioso, tengo varios amigos de los que me fío que les ocurre lo mismo que a ti. Y no sé realmente cómo conciliarlo con mi postura. ¿Pura cuestión de gustos, simplemente? Ya sabes que no me gustan los “porque sí”, pero es que no puedo articular mejor por qué ese corte radical con la estructura de la serie, a media temporada, me descoloca.

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