, archivado en Game of Thrones

GoT-S8.1

Ese niño que, inquieto y raudo, sortea obstáculos nevados para encaramarse a un árbol y presenciar la procesión de la esperanza somos nosotros. Los espectadores ansiábamos reencontrarnos con Invernalia y sus tambores de guerra y sus anhelos de victoria. Porque sabemos que el Bien existe, aunque los terrores de la Noche se obstinen en enloquecernos con sus espirales de sangre y fuego. Así se explica esta fiebre colectiva con las desventuras de Poniente, porque el hombre es profundamente chesternoniano en cuanto rascamos un poco: “Esperanza significa esperar cuando todo parece desesperado”. Si no fuera así, en “Baelor” habríamos desconectado todos la HBO para enfermar de psoriagrís y encogorzarnos con vino de Dorne. Pero no. Estamos hechos de material de choque, cableados para pelear por la supervivencia y morir por la justicia. Como en la mirada pura de ese niño, intuimos el triunfo en el caminar sincopado de los Inmaculados, nos cosquillea el lustre épico de los estandartes unidos y, oh, el porte regio de la Reina y su Señor nos recuerdan el orden del mundo.

Porque el orden existe. Como el Bien.

El chaval y su fascinación no implican únicamente un guiño metatextual a la audiencia, sino que también es una declaración narrativa de intenciones. La narración serial es un relato acumulativo y un juego de espejos: nuestra primera entrada en Invernalia también fue con un zagalín brincando para descubrir el lustre de una (siniestra) comitiva. Oh, esa última mirada de Bran y Jaime, tantas cicatrices después, sutura la distancia entre “Winter is coming” (1.1.) y “Winterfell” (8.1.).

¡Es el invierno, estúpidos!

Porque el invierno por fin ha llegado y hasta los títulos de crédito se han dado cuenta. Las fichas de dominó caen como legionarios en la batalla y la cámara se introduce en el interior de grutas y castillos. La metáfora es cristalina: el enemigo está dentro, no solo porque los caminantes blancos hayan rebasado el muro, sino porque ahora que todos los protagonistas están, por fin, tan juntitos y unidos, las confidencias e intrigas palaciegas son la grieta por la que se colará la muerte. ¿Y si esta temporada fuera, definitivamente, el “momento Varys”, el gran susurrador?

La estupidez se medirá por la capacidad de los personajes para errar de enemigo. En un episodio alejado de la fanfarria del Armagedón –con la pirotecnia reservada a un vuelo anfibio de enamorados y al espanto del niño Umber–, los momentos cumbre del episodio han sido dos conversaciones y dos miradas.

El diálogo entre Sansa –una cada vez más estratega y granítica Sansa– y Tyrion –quien, por el contrario, desde que dejó de ser libertino parece más patoso– apunta a la fragilidad de los lazos familiares y las promesas en un universo donde la traición siempre ha cotizado mejor que el oro de Braavos. ¿No es ingenuo fiar tanto a Cersei? Parece de cajón.

La otra gran plática es una revelación que, simplemente, equipara al Bastardo con nuestro nivel de conocimiento. Esto es más puñetero que la bomba de Hitchcock para el suspense: no solo el espectador sabe más que los personajes, sino que el protagonista va a operar desde una posición privilegiada; y, encima, contra su amada, contra la que ha jurado lealtad, y que tiene a un dragón vigilando, cual suegro de los años cincuenta, que una mano no baje más allá de la cintura. Ay. Las posibilidades son tantas y potencialmente tan pérfidas que el post se alargaría demasiado enumerándolas. El georgemartinismo como terapia matrimonial aniquilaría las tasas de divorcio…

Por si esto fuera poco, para batir a Jon hasta el punto de nieve, resulta sintomático que antes de descubrirle su linaje, Sam, el bueno de Sam, el siempre leal Sam, traiga a colación la quema de su padre y su hermano. Jon Nieve se encuentra en la textura ideal para pegarle una patada al tablero: rabia y galones adquiridos en un minuto. Acción, ¿reacción?

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Una de las dos miradas clave del episodio abrocha las dos conversaciones que acabamos de analizar. Sansa y Daenerys. Ouch. Ese simple gesto, ese cambio de foco, sintetiza el buen trabajo del capítulo como pórtico para la épica que se avecina. La premier de Juego de tronos ha plantado –con una limpieza de escuadra y cartabón– la clave esencial de su última temporada, la tensión clásica en cualquier relato serial: la pugna entre la sorpresa y lo inevitable. Decenas de capítulos, traiciones, muertes, sufrimientos, batallas, amoríos y supervivencias para llegar al destino del que no se puede escapar: los caminantes blancos. El invierno. Lo inevitable. Desde la memorable primera secuencia de toda la serie –con esa siniestra disposición de miembros amputados por el caminante blanco– sabemos que las cuchilladas de Poniente son un pasatiempo –sangriento y apasionante– hasta encarar al verdadero enemigo. Estas siete temporadas anteriores han sido broncas de hermanos. Guerras civiles. Eróticas del poder y minucias.

La gran guerra contra el Señor de la Noche ha sido la única certeza absoluta que hemos conservado los espectadores. Las dudas han estado en el sujeto, nunca en el predicado. Y las sorpresas vendrán, por enésima vez, por la persona verbal: quién será el yo, el nosotros; a quién relegarán al tú, al vosotros. La sempiterna dialéctica del amigo-enemigo. La estupidez del invierno la definirá la sintaxis.

Y ahí es donde la segunda mirada clave del episodio emerge con un misterioso esplendor. Bran y Jaime. Tanto el guión de David Hill como la dirección de David Nutter enfatizan el eco de aquel empujón. Lannister es una figura enigmática que se destapa y trasluce una gravitas y una nobleza que serán imprescindibles para el duelo contra lo inevitable. Los creadores podían haber cortado a negro. Haberle emparentado visualmente con Brienne o con Tyrion. El mensaje, entonces, sería claro y hasta optimista.

Nah. Nanay.

Nutter hace cruzar la mirada de Jaime con su reverso: el inescrutable Bran, el mayor pecado del Matarreyes. Es a él a quien ha estado esperando en esta ceremonia de desfiles y reencuentros que ha sido todo el piloto. Quien durante mucho tiempo parecía un lastre –en ocasiones, literal, oh Hodor– para el relato ha acabado convirtiéndose en la llave de esta última temporada. Bran –o el Cuervo de los tres ojos– es ahora mismo el personaje más inquietante de la historia. No solo por el verdadero alcance de sus “poderes”, sino por la duda de sus lealtades. El silencio, el hermetismo, son pájaros del mal agüero. Que la serie decida jugarse la última escena en este sutil duelo de miradas no hace sino multiplicar la posibilidad de que Bran sea la sorpresa que dinamite lo inevitable. Es decir, que su esotérica omnisciencia constituya el único antídoto contra la estupidez humana del invierno.

O, esto sí que asusta, que Bran sea la puntilla que los condene a todos. Porque, ¿quién demonios es realmente Bran Stark? Él ha contemplado el nacimiento del Rey de la Noche. Y eso, eso, eso…  solo unos puntos suspensivos pueden afrontarlo.

Bran (by Javi Ezcurra)

(Ilustración de Javier Ezcurra)

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Otros apuntes a vuelapluma:

-Ha sido un episodio con un humor inusual. Mi carcajada favorita, que esconde una punzada de nostalgia ante la pérdida de la inocencia, fue cuando Arya le responde a Jon que sí, que ha desenvainado a Aguja “una o dos veces”.

-El fanfarrón de Euron, con su histrionismo a cuestas, es el añadido óptimo para el equipo de Cersei. Que la señora lo está toreando es evidente (¿cómo va a estar embarazada de ti, tontolaba?), pero que el campo por dónde puede hacerse añicos Poniente (a la espera de cómo evoluciones esas dos miradas que reseñábamos arriba) necesita de músculo psicótico, también resulta indiscutible.

Harry Potter, Atreyu, elija su símil aerodragonaútico favorito.

-Quizá por falta de memoria, no termino de entender la gracia de la subtrama entre Gendry y Arya. Más allá del masaje “marxista” que se dan, ¿sigue siendo el herrero Gendry un tapado con potencial para desestabilizar la partida? ¿No son los Baratheon historia y carne de jabalí para siempre?

-Uno de los mayores giros de la serie ha sido el de suavizar los excesos de sangre y sexo, tan gratuitos. De nuevo, en una casi parodia de la célebre “sexposition” que tanto descuadraba fondo y forma, mensaje y fellatio, las tres prostitutas que “miman” a Bronn invierten la fórmula: son ellas quienes no paran de parlotear sobre la trama, con chascarrillos más de Sálvame que de ese aroma pseudo-shakespeariano que exhalaban los Meñiques de burdel y conspiración jadeante.

-De entre los hijos de puta de la serie, mi favorito siempre será Sandor Clegane. Su encuentro con Arya vendrá eternamente respaldado por aquella última imagen de la soberbia tercera temporada, tan paternal. ¿Habrá perdonado la zagala o su Rambo interior aún ansía venganza contra él?

-Ha sido un primer episodio canónico: recolocar las piezas, reencontrar personajes, reagrupar fuerzas. Y, aún así, han podido mostrarnos a todo el elenco. Más allá de los caminantes blancos –presentes de forma elíptica y cruel–, ¿ha faltado alguien en pantalla? Yo no he echado a nadie de menos…

-Desde luego, el sarao que organizó HBO España en los cines Capitol tuvo su punto. Siete horas amenizando la espera, incluida la mesa redonda donde participaba el menda. Lo que más me gustó fue el concierto de un cuarteto de cuerda interpretando las melodías más emblemáticas de la serie y, sobre todo, la comunión colectiva de ver el episodio con cientos de fans. ¡Cualquiera diría que eran las 3 de la mañana, viendo los gritos y aplausos que surgían en cada esquina! Este rugido colectivo es también lo que ahora se acaba.

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7 Comentarios

  1. Individuo Kane

    George R.R. Martin no es persona que prefiera el Bien. Es nihilista. Basta ver otras obras suyas. La reciente serie de Nightflyers, por ejemplo. Si se han seguido sus reglas el Invierno acabará con todos, buenos y malos. Otra cosa es que los guionistas hayan decidido distanciarse.

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    • Alberto Nahum

      Ahí está la clave, Kane. En el evento de la HBO me acuerdo que dije que, si quisieran ser consecuentes con el inicio de la serie (no he leído a Martin como para conocer su cosmovisión como tú), quien debería acabar “venciendo” sería Cersei. Pero, vaya, desde la quinta temporada, cuando dejaron de matar personajes principales, la serie se ha vuelto más conservadora en ese sentido, por lo que me parece que habrá, con muchos matices, un final feliz. Donde, al menos, el Bien prevalezca, dicho en sentido amplio.

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  2. Individuo Kane

    Yo no lo he leído, la verdad. Sus libros se me han caído de las manos cada vez que lo he intentado. Pero algunos amigos que sí lo leen y dicen: mueren todos. Y así ha sido en lo que personalmente he visto. Quiero decir que no conozco en profundidad el pensamiento de Martin (tampoco creo que sea necesario dedicar mucho tiempo a conocerlo) pero que le gusta el nihilismo es bastante claro.
    Estoy pensando si descargarme el evento. Lo he visto en YouTube así que, ¿no podrías ponerlo en tu canal?
    Disfruto más de los podcast sobre Juego de Tronos que con la serie en sí.

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    • Alberto Nahum

      Sí, sí, clarísimo: George Martin no es un tipo que se ande con chiquitas. De hecho, ese nihilismo es parte fundacional del éxito de GoT.

      Quiero subir la mesa redonda a mi canal de Youtube, sí, pero necesito recortarlo y que me dé la vida. Pero lo haré.

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  3. Flames

    Comparto tus puntos de vista y reflexiones. Ahora se trata de esperar y ver qué sucede con las piezas del tablero y las situaciones que se han ido creando entre ellos durante 7 temporadas. Coincido también en que pueda ser Bran el que nos dé alguna sorpresa y que tenga una importancia enorme en el desenlace de todo.

    Y de todos los personajes mi mayor anhelo siempre ha sido el ver qué pasa con Ayra y con sus venganzas en plan “… Tú mataste a mi Padre, preparaste a morir…”. O ver quién se enfrenta a la Montaña…. aunque supongo que debería de ser su hermano el Perro y que cumpla así su destino y que justifique el haberse salvado de la muerte.

    Lo que supongo que pasará casi seguro es que en algún momento haya una batalla en la que en paralelo veamos un montaje con todos los frentes perdidos (Caminantes Blancos, Cersei, etc.) y que en el último momento una pequeña acción de uno de los personajes desencadene un vuelco a todo. Así ha sido en casi todas las series y películas de este tipo de los últimos años (Guerra de las Galaxias, Señor de los Anillos, Harry Potter…. y no sigo).

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  4. Jose Valdes

    Yo que leí las primeras novelas de JDT antes de la serie, siempre me sorprendió que Martin fue el primer escritor que había conocido (y leo mucho…) que se cargaba su personaje principal de un plumazo, Eddard Stark, sin ningún miramiento y, con bastante crueldad por parte de sus ejecutores. En su día me dejó alucinado, porque además la cadena de muertes crueles siguió.
    Quiero decir con esto, que la grandeza de JDT estaba ahí, en esa sensación de miedo que tenías leyendo, que cualquiera de los innumerables mal nacidos sin escrúpulos ni moral que pululan por los 7 Reinos, podrían triunfar y cargarse de paso a un personaje principal “de los buenos”.
    Martin enfoca sus novelas con perspectiva histórica de las cortes europeas medievales y modernas, con realismo y crudeza, en un mundo de hijos de perra, lo normal es que la gente más honrada acabe mordiendo el polvo.
    Eso la serie lo ha perdido y si bien no espero un final feliz en los libros, Martin es así de imprevisible, en la serie de HBO sé que al final los buenos acabarán triunfando.
    No le doy a Cersei ninguna oportunidad en la serie, muchas en los libros.
    ¿Bran como rey de la noche? Sería una vuelta de tuerca un poco burda.

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