, archivado en Calls

Calls poster

Television para escuchar o un podcast que se mira. En ese umbral transmedia se mueve Calls, una de las apuestas más arriesgadas de la cada vez más pujante Apple TV (la animante Ted Lasso, la compleja For All Mankind o la ambiciosa Fundación). Porque la televisión, siempre con la oreja pegada al terreno para cazar las novedades estéticas, lleva tiempo escuchando atentamente. Eso sí, no olvidemos que la admiración es mutua, puesto que la ficción sonora que tan de moda se ha puesto adoptó muchos de los hallazgos narrativos que, precisamente, ha refinado la serialidad televisiva desde su boom a principios de este siglo.

Así, desde hace ya unos años el podcast narrativo ha pegado un salto artístico de gigante y es lógico que sus triunfos se polinicen con los de la televisión. Las muestras son múltiples: desde el despiporre animado que hace ya una década proponía The Ricky Gervais Show hasta la visualización de mitos y leyendas en Lore, pasando por la coronación dramática de Homecoming, una adaptación de un famoso relato sonoro de Gimlet Media, tan potente que logró traerse a Julia Roberts, por fin, a la pequeña pantalla. Y todo ello sin olvidar que el renacimiento catódico del “true crime” (The Jinx, Making a Murderer, Tiger King) le debe mucho al influyente Serial, aquel podcast de investigación periodística que revisitaba un caso criminal… hasta voltear el veredicto.

En este vibrante escenario de ascenso del “homo sonorus” aterriza Calls. Es una antología de corte apocalíptico: nueve historias vagamente relacionadas que, haciendo paradas narrativas a lo largo de un año, van dando cuenta de un suceso insólito que provoca saltos en el tiempo, deformaciones corporales e inexplicables cambios de identidad. La primera originalidad del formato es que todas las historias se nos cuentan mediante llamadas telefónicas, de modo que el espectador ha de rellenar los huecos que se sugieren más allá de las conversaciones. Como es lógico, la textura acústica es sabrosa, repleta de detalles tan sutiles que visionarla con los auriculares puestos se impone como consejo ineludible. Un ruido en la habitación de al lado o una sirena que se acerca pueden adquirir una potencia dramática tremenda. Pero también un titubeo en la voz o una exclamación que puntea lo inexplicable añaden escalofrío e infarto; no en vano la serie cuenta con actores televisivos conocidos como Pedro Pascal (The Mandalorian), Nicholas Braun (Succession) o Aubrey Plaza (Parks and Recreation).

La segunda originalidad —la más llamativa— es visual: cada historia viene ilustrada con una suerte de motivos abstractos, que recuerdan a los antiguos salvapantallas de los ordenadores. Esas figuras flotantes que acompañan a cada diálogo son las que hacen de Calls algo novedoso, donde radica la verdadera fusión. Porque ahí, en esa visualidad masticable y minimalista, se multiplica la fuerza de las historias. En los colores, en las formas, en el juego espacial que se establece en las conversaciones a tres, en el énfasis repentino de un primer plano ¡de unas letras que subrayan un momento clave de un diálogo! Es posible que Calls funcionara solo como podcast, pero la experiencia estética no sería tan plena. Porque el acompañamiento visual engendra una atmósfera opresiva –paradójicamente higiénica– que multiplica la intensidad y agonía de cada episodio al obligarnos a visualizar un imposible.

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Un hombre que ha matado a su novia y, de repente, ve cómo la supuesta muerte le llama por teléfono, un piloto de avión obligado a estrellar su nave para evitar un cataclismo cuántico o un enamorado que asiste, impotente, a cómo su matrimonio se lo traga el tiempo. Partiendo siempre de lo inexplicable y lo siniestro, entre las historias que se narran en Calls encontramos terror, thriller y drama. En todas sus variantes genéricas son siempre relatos potentes, que azuzan la inteligencia del espectador y lo colocan frente a situaciones angustiosas, de esas que te dejan mal cuerpo mientras te rascas la cabeza para intentar reordenar el puzle. No es una serie esperanzada ni luminosa. Pero también consumimos ficciones para eso: para enfrentarnos a pesadillas y desasosiegos que, por suerte, nunca viviremos en la vida real.

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