, archivado en Game of Thrones ,

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“¿El Reino? ¿Sabes lo que es el Reino? Son las miles de espadas de los enemigos de Aegon. Una historia que todos acordamos contarnos una y otra vez, hasta que nos olvidamos de que es mentira” (Meñique, 3.6.)

“¿Qué une a la gente? ¿Los ejércitos? ¿El oro? ¿Las banderas? Historias. No hay nada en el mundo más poderoso que una buena historia. Nada puede pararla. Ningún enemigo puede derrotarla. Y, ¿quién tiene mejor historia que Bran, el Inválido? (…) Él es nuestra memoria, el guardián de todos nuestros relatos. (Tyrion Lannister, 8.6.)

Todo Juego de tronos ha sido un canto de amor a la fuerza embriagadora de los relatos. A la emoción colectiva que generan, a la potencia simbólica que habilitan, al disfrute escapista, infantil, por un mundo de espadas y fantasía, de traiciones y heroísmos. Somos las historias que nos contamos. Por eso resulta relevante contraponer hoy las citas del añorado Meñique y del desgastado Tyrion: la distancia que discurre desde aquel cinismo literario hasta este idealismo narrativo ha sido la más dramática evolución de la serie.

Por eso -más allá de un guiño que desbarata teorías– los creadores remarcan explícitamente la referencia metatextual: Sam atraviesa la pantalla trayendo el libro “Una canción de hielo y fuego”. Esto ES un relato, vienen a recordarnos. Una mentira bellamente engalanada. El arma más poderosa del mundo. Tan potente como para hacer que muchos anden hoy esquivando espoilers hasta la noche. Tan decisiva que, sin que nos vaya ni la vida ni el sueldo en ello, nos peleamos críticamente por el final. Por eso hay peña que, puñetericos, levanta la tontería de rehacer la última temporada, mientras otros alimentan la coherencia y validez de la trama desde lo alto del Muro. Todo por una pasión: la de contar. Desde que Sherezade dejaba sus cuentos a la mitad para que no le cortaran la cabeza, desde que los mitos bíblicos ordenaban el mundo, desde que Ulises extendía la noción de heroísmo, las narraciones nos han servido para entendernos. Han sido espejo, guía, denuncia, inspiración, solaz. Todo ese amor hacia el relato ha transpirado -implícita y explícitamente- en el último episodio. No hay nada en el mundo más poderoso que una buena historia. Nada puede pararla. Ningún enemigo puede derrotarla.

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(Ilustración de Javier Ezcurra)

Una vez dadas las gracias, toca subir un escalón. ¿Ha sido esta última temporada de Game of Thrones una buena historia? Dejaré para dentro de unos días una valoración global, con más perspectiva, de estos seis capítulos. Trinchemos ahora el último capítulo. Ha sido un final notable, pero aquejado de los mismos problemas dramáticos que han empañado toda la temporada. Una tanda de capítulos desigual, frustrante a ratos, muy potente en ocasiones, precipitada en sus cumbres y excesivamente galvanizada en sus valles.

Uno de los mejores halagos que pueden decirse de una series finale es el más obvio: que concluye. Tras ocho temporadas, uno espera que se clausuren las tramas, que los personajes terminen de recorrer sus arcos emocionales y que, en general, las piezas encajen para que la inversión obtenga sus réditos. Frente al hermetismo de pieza de museo del final de The Sopranos o el barullo narrativo-religioso de Lost, “The Iron Throne” ha optado por la línea recta. A mí eso, como ocurría con finales memorables como los de Breaking Bad o The Americans, siempre me flipa. Soy cartesiano y lector de Stevenson.

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Al mismo tiempo, un buen final ha de asombrar al espectador. No sacándose conejos de la chistera, sino suturando el clásico equilibrio serial entre lo inevitable y la sorpresa. El progresivo maniqueísmo que se ha adueñado de la trama dejaba fuera de lo plausible cualquier victoria de los villanos, un colectivo que -a pesar de la sobredosis de hijos de puta que ha poblado la serie- a estas alturas solo se circunscribía ya a Daenerys. Dudo que alguien, a las 3 de la mañana, hubiera apostado un solo euro a que el Trono de Hierro luciría rubio. De hecho, la única gran pregunta de la noche era quién ejecutaría a la Reina Loca. Ahí es donde una de las vías de agua de esta temporada ha seguido anegando el relato. Una idea razonable, pero mal ejecutada por falta de desarrollo.

Que Jon Nieve -algo así como el último oasis de integridad del relato, a pesar de su proverbial torpeza política- tenía todas las papeletas para cometer regicidio era evidente. No había muchas más opciones: él o Arya, que ha dejado interruptus su letal profecía de ojos verdes. Es una sorpresa ese beso ensangrentado, escuchando el acero sajar el corazón de la Reina. Pero ha ocurrido demasiado rápido. Sí, sí, está la conversación con Tyrion, cerrada con la enésima proclamación de lealtad de Jon hacia su amada. Una pista falsa. De acuerdo. Aún con eso, que Nieve la liquide es casi una obligación moral. Y, sin embargo, en una serie que durante años fraguó estas sangrías a fuego lento, con multitud de susurros en la sombra y complots enrevesados, produce melancolía el asesinato súbito. Esa premura ha sido uno de los graves problemas dramáticos de esta temporada: los seis episodios han estirado partes espúreas, emocionalmente redundantes, y han tomado atajos para aspectos narrativos clave. Es como la locura de Daenerys la semana pasada: por supuesto que tiene sentido y había estado sembrada durante años; lo que chirría es el apresuramiento.

Porque el sosiego es necesario para incrementar el efecto. En la muerte, como en el amor, el cortejo permite ir subiendo la temperatura hasta explotar en el clímax. El aquí-te-pillo-aquí-te-mato es un calambre; mucho más satisfactoria una cena con velas, sugerencias e incertidumbres, con tiras y aflojas, de modo que la ambigüedad del viaje prolongue el placer del destino. El apuñalamiento de Daenerys ha optado por el orgasmo narrativo -un polvete rápido- en lugar de trabajar la sensualidad dramática y lubricada que uno espera de una decisión tan trascendental para la trama. Es una falta de énfasis que ha lastrado la emoción en varias de las muertes de esta temporada.

Quizá por esa inesperada rapidez, la parte más potente de esa secuencia ha sido el “duelo” entre Drogon y Snow. Derretir el trono de hierro -ese que aviva nostalgia de infancia en Daenerys y ansia mefistofélica de poder, ¡toma psicoanálisis!- es la gran moraleja que deja la finale. Es una lección simplista y acorde con el buen rollo en el que se ha acomodado la última temporada, pero no por eso menos efectiva. Después del festín de crueldad que se pegó la madre de los dragones a ritmo de campanas, ahora toca el speech que lo racionalice. Es la cantinela bastarda de todos los totalitarismos que en el mundo han sido: desde el comunismo al nazismo. Mata primero, justifica después. O justifica antes y mata después. Lo mismo da. La lógica siniestra de la revolución permanente, la sangre de las utopías, reclama sacrificar al hombre concreto por un colectivo poroso, la libertad real por una idea salvífica, y el sacrificio del aquí y del ahora por la falsa promesa de traer el cielo a la tierra. No es que Drogon, a pesar de su inteligencia sauria, se haya hecho un experto en filosofía política y un defensor de los derechos humanos. No. Simplemente, su instinto le permite comprobar que el poder corrompe y que la ambición ha terminado con aquello para lo que vivía: Daenerys, su madre.

Las apariciones del dragón -qué dos momentazos: cuando emerge de la nieve y cuando sus alas parecen salir directamente de Daenerys– ratifican, por enésima vez, por qué Juego de tronos es el mayor espectáculo visual de la historia televisiva. Todo el episodio ha mantenido esa majestuosidad que ha elevado a GoT a los altares. En especial, la cruel belleza de los primeros minutos, con esa estética 11-S donde la nieve y las cenizas convierten la pesadilla en un paisaje visualmente evocativo. Las ruinas y el espanto como antesala de la esperanza, como sugieren los melódicos sollozos de Ramin Djawadi.

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Porque, sin duda, la esperanza triunfa en Juego de tronos. Hay final feliz, sin exceso de melaza. Una vez más, el guión salta en el tiempo, en un doble sentido: dentro de la trama… y por la falta de hilo para tejer los porqués. Sobre el papel, todo funciona. Bran como rey de consenso. Jon Snow rompiendo el ciclo. Los siete-seis reinos en armonía tras la batalla. Sansa negándose a hincar la rodilla. Arya buscando su sitio… Ninguno de esos desenlaces parece descabellado, por mucho que nos cueste ubicar a un tercio de los que aparecen en el Consejo final. No obstante, con más capítulos de desarrollo uno no tendría la sensación de que el consenso se ha impuesto a martillazos y la trama se ha cerrado al trote. Ya no es solo que Bran se haya reconfirmado como un dispositivo narrativo antes que un personaje de carne y hueso (“¿Por qué crees que he recorrido todo este camino hasta llegar aquí?”, afirma, con un par), sino que el destino de los protagonistas plantea preguntas que nos cuesta esconder bajo la alfombrilla de las licencias narrativas. ¿Cómo el sanguinario y desatado Gusano Gris se vuelve garantista y se apiada de Jon Snow tras saber que ha matado a la Reina? ¿Cómo logra incriminarle, si no hay cuerpo? Peter Dinklage está espectacular, dolorido y sutil durante todo el episodio. Emocionante en sus parlamentos. Sincero en su perplejidad. Pero, ¿de verdad que no había mejor salida narrativa que perpetuarle como artrítica Mano del Rey… bajo la excusa de purgar sus incompetencias previas? Leñe, si hasta Tyrion nos recuerda que Ser Davos está en todas las salsas sin ostentar regencia alguna; ya podrían pasarle la pelota.

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A pesar de estos derrapes, la cuestión política ha evitado pasarse de frenada maniquea gracias al humor. ¡Menos mal que han renunciado a Poniente como el kilómetro cero del contrato social! El simpático regreso del solemne Edmure Tully, las carcajadas ante el arrebato democrático de Samwell Tarly o, sobre todo, las absurdas disputas por la tarta del poder entre los nuevos líderes en la sombra han insuflado una sana mala leche. Es un buen chiste, por descabellado, colocar a Bronn al frente de los dineros, y no deja de recordar a la primera temporada que uno de los grandes debates tenga que ver con los prostíbulos. De aquellas “Tetas y espadas” a una política ecuménica guiada por el bien común. ¡Para que luego digan que no existe el progreso moral y Steven Pinker no es un visionario!

Tras el humor y la política, la serie se ha despedido de estos ocho años con la épica. Como debía ser: el adiós de los héroes. Los Stark siempre han sido lo más cercano a un protagonista con el que identificarse y Benioff y Weiss los han escogido para bajar el telón. Un montaje paralelo brillante, emotivo, nos apunta, sin masticar, los destinos de Arya, Jon y Sansa.

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El Bien ha vencido. El Norte clama lealtad a la nueva Reina. Sin embargo, los otros dos Stark dejan el relato como esas figuras del western que, tras cumplir con su misión, se pierden cabalgando en el horizonte. Han restablecido el orden, han puesto la sociedad en marcha y ahora toca reemprender el camino errante. A Arya le aguarda la inmensidad de un Oeste por descubrir; a Jon -en una escena que invierte la apertura de la saga– una tierra indómita donde, por fin, aterriza la primavera y florecen los primeros brotes. Azul-libertad y verde-esperanza. Arya y Jon han dado su vida por una guerra de cuya victoria ya no participan. Porque son mito. Sus gestas se entonarán sin descanso, para recordarnos quiénes somos y quiénes queremos ser.

En Poniente las recitarán hasta los niños, que rememorarán así el precio que el Bien tuvo que pagar para derrotar al Mal. Por eso se titulará “Canción de hielo y fuego”: porque es una historia tan antigua como el mundo.

19 Comentarios

  1. Javi Ezcurra

    Ese momento en que la reina por la que los agitados dothraki alzan sus hoces al cielo espoleando sus caballos desaparece entre las nubes dando paso a semejante reunión de sabios parece ser la misma falla de San Andrés que separó lo imprevisible de lo obvio.
    Ha sido un placer, pero podía haber sido mucho más que eso.
    Adiós al fuego y al hielo, en ese orden.

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  2. Jose_Valdes

    Parece que te ha gustado mucho el final Alberto, me sorprende, la verdad.
    Yo no voy a desperdiciar muchas más palabras en la crítica del capitulo.

    Me ha parecido el remate final a la simpleza argumentística de esta temporada, remarcando la precipitación narrativa (muerte súbita de Daenerys, subida al trono del insulso Bran, o la nula importancia del origen real de Jon), o la absurda transformación de algunos personajes realmente interesantes en el pasado y que ahora son seres planos, arquetípicos y con poco sentido.

    Geniales los primeros minutos. Después, el metraje final me parece un auténtico insulto a la inteligencia.

    Revisitaré las 4-5 primeras temporadas, en ellas estaba la raíz, la esencia perdida de este deslumbrante relato.

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    • Alberto Nahum

      Umm. Me ha gustado el primer tercio y el último cuarto. Creo realmente que están bien. En medio, la cosa política, ufff-ufff. Lo salva Dinklage, el actor, no el personaje. Y ni eso evita el sonrojo. Y me parece que sí lo marco claramente.

      En todo caso, ya he remarcado a lo largo de todo este año todo lo que no me ha gustado. Hoy también quería, dentro de los límites de una reseña de capítulo, valorar el goce del relato, que lo hemos sentido estos 8 años. Y que, como digo, la propia serie pone en primer plano.

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  3. Flames

    Coincido en todo. Y ya lo sabía antes de leer al artículo.

    El apresuramiento final ha sido consecuencia de decidir acabar todo en esta temporada y además con sólo 6 capítulos, después de habernos acostumbrado a un ritmo lento en cuanto al desenlace de situaciones. Y otro problema del final…. es el del tener que cerrar tramas y hacer un final feliz. El éxito de Juego de Tronos (y muchas películas y series) es el de la búsqueda de un fin….. que en realidad luego siempre resultará soso. El “comieron perdices” se lleva mal con las historias dramáticas. Quizás por eso han añadido un poco de humor.

    Añadiré que Gusano Gris no sólo logra incriminar a Jon Snow, sino que menciona la daga clavada.

    Espero ansioso tu valoración global.

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    • Jose Valdes

      Y que tiene de extraño que Worm sepa que ha sido Jon Snow?
      Viendo el chiste en que han convertido su personaje, lo podria haber confesado el mismo, se habría encerrado el mismo en la celda y se habría sentenciado a muerte motu proprio, por lo malo que ha sido al asesinar a “su reina”, a la que jura lealtad en la escena inmediatamente anterior…

      ¿Alguien ve coherente ya no sólo lo que dice con lo que después hace, si no que alguien como Jon apuñale a una mujer desarmada de forma tan sibilina?

      Otra falta de coherencia más, ¡que más da!

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    • Alberto Nahum

      Sí, es que han sido demasiadas veces en las que las licencias narrativas han justificado todo. No recordaba que mencionaba lo de la daga. Siendo como es Jon, tan moral él, se habrá incriminado. Lo raro, entonces, es que Gusano Gris no se lo hubiera cepillado al instante…

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      • Flames

        Ya, pero si dices “la maté” … ya queda raro dar la explicación de la daga. Pero también queda raro que en vez de que Gusano dijera “la mataste” diga algo mencionando la daga.

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  4. Pili

    Que buen articulo.
    Yo sigo sin entender las prisas por acabar con esta serie de la HBO, que es su gallina de los huevos de oro…y estropearla así..

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  5. Pili

    Cómo ha comentado alguien, el problema es que ha pasado de un ritmo pausado y todo bien cocinado y contado, lo que significaba coherencia, a ser todo atolondrado y chapucero

    Que mal llevada la locura de Daenerys, psicopata capaz de quemar niños de un capitulo a otro
    Pq Arya pasa a un papel intrascendente tras el 8×03?
    Qué más da al final sí Jon es un Targaryen o un Nieve?
    Que aporta Sam a estas alturas?
    Pq reina Bran que parece un abuelete jubilado tomando el sol y diciendo naderías?

    Que manía les he acabo cogiendo a los hermanitos/as Stark

    Todo ha sido tan absolutamente lamentable…

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    • Alberto Nahum

      No me había percatado de lo de Arya: la verdad es que, si la analizamos en solitario, es un personaje que, tras su momento de gloria, ha estado dando vueltas sin concretar nada.

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  6. Juan

    El final de la serie no ha reflejado, en forma alguna, la complejidad y las expectativas originadas en los guiones inspirados en Martin y que luego fueron paulatinamente abandonadas, convirtiéndose en una pobre imitación de lo que había sido en años anteriores, quizá hasta la quinta temporada.
    Un cambio fundamental fue, como bien se señala, la transformación de los personajes en seres planos, sin chispa, sin tensión, que poco a poco se han convertido en su remedo, cf. Tyron, Davos, Bron (lastimoso protagonista de la inane escena del Consejo Privado)…
    Tristísima la actitud de Jon Snow quien, había crecido en la ética de su tío (y padre) Ned Stark: asesinar a traición a una mujer, su reina, por más que se haya convertido, por capricho de los guionistas en un personaje abominable, le deja muy mal parado y seguramente Ned estará revolcándose en su tumba.
    He quedado muy insatisfecho por la poca inteligencia de los guionistas y sorprendido por la admiración que se cuela en este artículo.

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    • Alberto Nahum

      Ojo, lo de Jon Snow, vista la gravedad de la deriva de Daenerys, entra dentro de lo razonable. El problema es que para desarrollar un cambio así en un personaje íntegro hasta la médula necesitas una temporada, no 15 minutos. En cuanto a la admiración, ya desde el minuto 1 de esta temporada recordé que mi acercamiento a la serie ha sido desde el espectador palomitero, por lo que hace años que no espero de la HBO una continuación del nivel crítico de Los Soprano o The Wire. Pero, incluso desde ahí, ha habido muchas cosas que me han chirriado y así las he analizado. Eso no quita para que haya habido buenas cosas, partes de capítulos emocionantes y un conjunto que, al menos, aprueba. Lo peor, sin duda, los patinazos de guión. Pero a eso he destinado buena parte de mis reproches.

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  7. Jaime Lannister II

    Gran analisis sr nahum episodio tras episodio, final logico sin mas, esto no pretende ser ni Breaking Bad ni The Shield ni The Sopranos. Me quedo con las palabras de Tyrion, la Historia es li importante.

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  8. Jose_Valdes

    Una reflexión para Alberto cuando escriba la valoración global.

    ¿Por qué nadie habla de Tyrion?
    Me parece el mayor manipulador hijo de perra de la serie.
    Si te pones a analizarlo tiene responsabilidad directa en casi todo:

    Muerte de Varys por revelar un secreto cual cotorra.

    Muerte del primer dragón, por inventarse la aventura de conseguir un muerto para su hermana.

    Cae el Muro por lo anterior.

    Pacto con su hermana, que resulta ser una pantomina.

    Le come la cabeza a Daenerys para que combata a los muertos, le matan medio ejército y a Sir Jorah, mientras él se esconde en la cripta.

    Decide ir a Rocadragón por separado, muere el 2º dragón y capturan a Missandei.

    Con su discursito inútil , su hermana decapita a Missandei.

    Libera a su hermano y muere por ir a cumplir un plan inverosímil de huida con Cersei.

    Le come la oreja a Jon Snow para que mate a Daenerys, otra traición para salvar su pellejo.

    Jon Snow acaba exiliado por él.

    Daenerys pierde la cordura del todo por sus decisiones, todo le iba divino hasta que le nombra Mano.

    Nombran rey a Bran (?¿?¿?), por su enésimo discursito.

    Vaya pedazo de cabronazo el maldito enano.

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    • Alberto Nahum

      Jajaja. Si toda la serie hubiera culminado con una sonrisa sardónica suya, todos los que nos quejamos de lo patoso y petardo que ha sido Tyrion hubiéramos tenido que callarnos la boca hasta el próximo invierno. Visto así ha sido un genio. El problema es que la serie jamás le ha atribuido ese nivel de complot y maquiavelismo… Eso lo dejaban para Meñique.

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  9. oembuchado

    ¿Soy yo el único que piensa que Canción de Hielo y fuego no es una novela épica? Me refiero a los volúmenes de la novela de GRRM. La serie se volvió épica en el momento en que se acabaron las novelas. “Ya está aquí el lector pesadito dando la tabarra con la diferencia entre la novela y la serie de TV”. Pues sí, muy pesadito, pero es que me parece clave para entender, si no el declive, sí el cambio de rumbo de la serie en la sexta temporada.

    Al final, lo único que queda es la épica, lo que no tiene por qué ser malo, pero es otra cosa más accesible para un guionista de TV que continuar con una obra como la de Martin.

    Para otro día dejamos si GRRM tenía alguna idea sólida sobre como continuar una novela que, tras el volumen V y más de 6000 páginas, tenía abiertas más tramas y personajes que nunca y se encontraba lejísimos de lo que se podría entender como su ecuador.

    Saludos.

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