, archivado en Atlanta

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Teddy Perkins acojona al meter sus dedos en un huevo de avestruz pasado por agua. Pocas veces un gesto tan simple, de una apariencia tan intrascendente como calentar en la banda, vino tan saturado de semántica siniestra. Sí: está la luz mate del salón, el hedor a juguete roto y la dulce repulsión de esa melanina blanqueada y esa voz en falsete, como de sanatorio de los años cincuenta. Pero todo eso lo habíamos visto antes. El código de barras que ahuyenta al cliché son los dedos y el avestruz. Un huevo tan grande que uno puede meter la zarpa. Es grotesco. Y nos aterra, sin estridencias, porque es un espejo en el que no podemos mirarnos. Por eso, el mayor truco del diablo fue convencernos de que sí existía.

Resulta inaudito comenzar una reseña sobre la segunda temporada de Atlanta supurando prosa de manicomio. Pero es que hasta ahí han llegado las aguas. Si el inabarcable “Teddy Perkins” supera las expectivas (hasta el punto de que hoy reharía “Mis Emmy” y lo ubicaría en lo más alto del podio de “Mejores capítulos”) es porque Atlanta, en su conjunto, se merece el cariño crítico. No nos engañemos: es una serie en la que cuesta entrar, precisamente por su baile genérico. Como en el comentadísimo vídeo musical que ha terminado de catapultar la fama de Donald Glover (el eléctrico y ecléctivo This is America), Atlanta permite diversos niveles de análisis, algunos incluso en abierta contradicción entre sí. Así, el vídeo de Childish Gambino era alabado por unos como una denuncia de la brutalidad y el racismo de la sociedad estadounidense, mientras que otros lo entendían como una calculada parodia del artista comprometido y su rebeldía de hojalata y dólar fácil. Glover, astuto, ha guardado silencio. Lo “sexual” y lo “textual” comparte cinco letras y un mismo principio estético: la insinuación resulta mucho más gozosa que la explicitud. La sensualidad de la elipsis y la pulsión del misterio sin resolver.

La serie escrita por Glover y su hermano comparte con el vídeo una refrescante imaginería, atenta a los guiños pop y las batallas culturales. Y, al igual que This is America, uno podría entender toda la serie como una queja más -inteligente, eso sí- nacida de las identity politics… o como una colleja a la propia cultura de la comunidad negra. Parece que la trinchera desde la que uno consume Atlanta influye. En mi caso -y quien me lee sabe que me apasiona la batalla cultural e ideológica- adopto una rara equidistancia con Atlanta: la serie es ambas cosas, victimismo y disparo en el pie. A ratos, parece que Glover trata a la comunidad negra de forma fraternal, desplegando una carta de amor a la comunidad negra, como en el tema del rap o la camaradería. Pero tampoco le da miedo soltar unas cuantas coces en forma de estereotipos, desde el desesperante barbero hasta el caradura de Tracy.

Pero, regresemos a Atlanta, con negritas y cursiva. A la sureña capital de Georgia. A la urbe de la Coca-Cola, la CNN y Martin Luther King. Desde hace un par de años, Atlanta es también la ciudad de un relato que está haciendo las delicias de la crítica. Ya el año pasado su primera temporada sorprendió ganando en los Globos de Oro y este año venía bien posicionada en las quinielas de los Emmy. La esencia de la serie es firme. Rescato un fragmento de mi crítica de entonces:

“Detrás de las sonrisas y de su tono aparentemente leve afloran -escoradas a la izquierda, como suele ser habitual en Hollywood y alrededores- espinas como la violencia urbana, la brutalidad policial, la creación artística, la esclavitud de la fama, la paternidad desestructurada, la llamada “apropiación cultural” y muchas de las contradicciones sexuales y raciales que implica, culturalmente hablando, el ser negro en Estados Unidos. Y la serie, tan glotona intelectualmente, se mete en todos esos jardines con inteligencia, dejando muchas caricias… pero también unas cuantas afro-collejas”.

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Sin embargo, la estupenda segunda temporada ha querido ir más allá… que ya es mucho atreverse en una serie que hacía del esguince estético y narrativo su imagen de marca. La etiqueta de “Robbin’ Season” le ha granjeado una extraña y atractiva unidad a la temporada. Más allá de los muchos hurtos y robos de todo tipo que se van amontonando desde la primerísima escena, el relato va cosiendo -desde perspectivas y ángulos complementarios- una reflexión sobre la pérdida. Del compromiso amoroso (2.4.). De la identidad (2.6.).  De las certezas (2.7.). De la autenticidad (2.8.). De los papeles (2.9.). De la inocencia (2.10.). La “temporada de robos” como una metáfora del vértigo existencial en el que se mueven los personajes diseñados por Glover, incapaces todos de conciliar deseo y realidad. Por eso es tan habitual encontrarlos en situaciones que bailan de lo siniestro a lo absurdo, de la apatía a la parálisis. Una alienación pop para la que no se avista una salida.

Hace tiempo ya que la comedia televisiva dejó de ser risueña. Atlanta, junto con Bojack Horseman o los herederos de Louie (sobre todo, la Better Things de Pamela Adlon), se ha erigido en uno de los mejores ejemplos de esta “nueva autenticidad” donde las carcajadas quedan silenciadas por una existencialidad indie donde la vida, por mucha estética que vista, duele un huevo. Del siniestro tamaño del de un avestruz… ese animal que esconde la cabeza en la arena pensando que así esquiva el peligro.

 

3 Comentarios

  1. Flames

    Buffffff…. ATLANTA 2.

    1.- Prometo ver la entrevista colgada por qwertybcn.

    2.- Gracias a los comentarios vertidos en este blog logré traspasar el primer capítulo de ATLANTA 1. Me había quedado atascado, pero por un motivo: el primer capítulo juega al despiste y casi no logramos saber en lo que nos hemos metido.

    3.- Cuando logré entrar pasé realmente buenos momentos con ATLANTA 1.

    4.- Cuando uno ve ATLANTA 2 parece estar viendo lo mismo que en la primera temporada … pero no es lo mismo. Coincido con todo lo que comentas: mala uva y complacencia a partes iguales (bueno, creo que hay más crítica que otra cosa), absurdo, …. y menos risas.

    5.- Recuerdo especialmente el capítulo en el que las chicas van a una mansión a ver si coinciden con un famoso. La crítica que muestra hacia la actitud de esas mujeres (negras) (y jóvenes) creo que es demoledora; no había visto nada igual en ninguna película. Y lo hace casi sin que te des cuenta.

    6.- Pienso que en EEUU las referencias y las experiencias que muestra deben de ser innumerables, pero se entiende perfectamente a pesar de todo desde aquí. Gran serie. Original. Referente. Nada que no hayas dicho. Imprescindible.

    Gran artículo el tuyo.

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