, archivado en 13 Reasons Why

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13 Reasons Why comienza por un final: “Estoy a punto de contaros la historia de mi vida. Más específicamente: por qué mi vida terminó. Si estás escuchando unas de estas cintas, tú eres una de las razones”. Las razones de un suicidio, ni más ni menos; ¡cómo si el alma atormentada de la adolescencia (valga la redundancia) pudiera descifrarse en 13 horas! Desde que se estrenó la pasada primavera, el drama –dramón– juvenil de Netflix se ha convertido en un fenómeno de masas: es tema de conversación entre los primeros pitillos furtivos de instituto, producto de inquietud entre papás analógicos y grito de eureka entre pedagogos oportunistas y críticos catastrofistas. Esa es la parte más latosa de 13 Reasons Why: su pretensión educativa y moralizante. ¡Qué diferentes aquellas Lisbon!

Porque 13 Reasons Why no necesita exégetas ideológicos para sustentar su éxito ni apuntalar su mensaje. Empecemos por esto último: es una serie cristalina, que pone las cartas sobre la mesa en el primer minuto y no se guarda ni un solo as en la manga. Habla de abusones, de violaciones, de cyberbullying, de cobardes que miran para otro lado, de adultos que no se empanan de nada y de chavales que agrupan tanto dolor en su costado, que por doler les duele hasta el aliento. Las culpas del suicidio se reparten salomónicamente y la única venganza posible –extraño maquiavelismo– será el remordimiento. Aquí es donde la serie pega un brinco sociológico que le resta punch y le suma monserga: no, no toda la sociedad es culpable –como de manera implícita sugiere la coralidad walkman del relato– de la inmolación de una adolescente. Un instituto no es el Orient Express y un verbo transitivo se conjuga de forma muy diferente a uno reflexivo. Matar. Suicidarse.

Si el hombre tiene mucho de misterio y contradicción, hay épocas vitales en las que la incomprensión viene de serie. La adolescencia es, por definición, una etapa de lucha contra uno mismo. Son esos años donde la tribu suplanta a la familia, la mentira emerge como zona de confort, y las hormonas despiertan, agitando el sentido de la propia identidad hasta límites patológicos: con 14 años un grano de pus en la frente puede convertirse en un Titanic personal. Imaginemos si añadimos al cóctel fotos robadas, primeras cogorzas, amores imposibles y otros alcoholes más letales que la serie va desvelando. La buena noticia es, como escribió Earl Wilson, que “la nieve y la adolescencia son los únicos problemas que desaparecen si los ignoras el tiempo suficiente”. Pero, hasta entonces, cada gesto es una montaña. Y ahí es donde 13 Reasons Why lo clava. Es lógico que haya cautivado a legiones de jóvenes seriéfilos, porque les ha situado ante un espejo molón, que empatiza con su forma agónica de ver –y de sentir– el mundo, siempre a flor de piel. Es decir, les habla situándose a su altura. De ahí la fiebre que ha despertado aquí y allá. Es como repetirle a un quinceañero –mientras suenan Joy Division o The Cure a todo trapo– un “ey, no estás solo; yo te entiendo, colega”.

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El gigantesco éxito de 13 Reasons Why reside en la manera estética y narrativa de abordar un relato tan difícil. El adolescente, por definición, está abonado al cliché, puesto que el miedo al qué dirán uniformiza bastante. No hay que extrañarse, pues, al encontrar secundarios planos, caracterizaciones poco sutiles y brochazos narrativos o giros sin mucho sentido. Cosas de la edad, tan caprichosa y veleta. Sin embargo, la serie es adictiva y logra imprimir vida a los protagonistas gracias, en primer lugar, al excelente trabajo actoral de la joven pareja protagonista. Katherine Langford y Dylan Minnette están contenidos, intensos, enigmáticos. Además, el vaivén temporal les permite desplegar una mayor variedad de registros, generando ecos desdichados entre la felicidad del pasado y la pena que nubla el presente. Es una lástima que el brío emocional que proyectan quede debilitado por varios capítulos de relleno, un peaje autoimpuesto por la estructura: cada hora se centra en un nuevo mensaje, una nueva persona, una nueva razón.

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Visualmente, además, es una serie potente, masticable, bien dirigida, con una banda sonora de aúpa, que multiplica la intensidad de los conflictos. No, no creo que su constante estetización implique un blanqueamiento de las dificultades de la adolescencia ni una “glamourización” del suicidio, como han apuntado tantos críticos. No. Pero sí resulta innegable que su caracoleo sobre la tragedia valida uno de sus mensajes más antipáticos: el de que cortarse las venas era la única escapatoria para Hannah. Pues no. Había otras salidas, más valientes y humanistas, como advertía Napoleón: “Abandonarse al dolor sin resistir, suicidarse para sustraerse de él, es abandonar el campo de batalla sin haber luchado”. Pero también es cierto que a la peña le aterra la guerra y que 13 Reasons Why jamás será un manual de instrucciones.

2 Comentarios

  1. Flames

    “Esa es la parte más latosa de 13 Reasons Why: su pretensión educativa y moralizan.”

    Con eso lo dices ya casi todo. Si de verdad se considera moralizan considero la serie un fiasco.

    “Es decir, les habla situándose a su altura. De ahí la fiebre que ha despertado aquí y allá. Es como repetirle a un quinceañero –mientras suenan Joy Division o The Cure a todo trapo– un “ey, no estás solo; yo te entiendo, colega”.”

    De acuerdo. De hecho su éxito creo que se basa en eso, en mostrar un mundo con el que se identifique el adolescente. Pero a mí me acaba cargando el que los adolescentes vayan de aquí para allá no diciendo qué les pasa a los mayores para luego estar siempre enfadados porque los mayores no saben qué les pasa.

    La serie es muy tramposa. Y además juega con que el adolescente –sobre todo los “raros”– se identifiquen con el protagonista para luego mostrarlo socializando con todos los grupos escolares: los deportistas guays, los frikis, las chicas guapas, …. con todos. Puede que en la realidad un grupo en una escuela presione a otros chicos, pero lo que no hace es socializar contigo. Y lo más normal es que esos grupos se ignoren. Lo que no es creíble es que Clay Jensen se pasee por la escuela hablando con todos y quedando con ellos si se supone que es un “rarito”. Si viéramos la serie sin sonido diríamos que es el chico más popular del colegio y que mueve todo el cotarro. Por eso la supuesta crítica que hace, pierde toda la fuerza porque se esfuerza más en mostrarnos a un Clay Jensen en plan héroe que se lleva bien con todo el mundo que en ser realista. Es como si quisiera cumplir la fantasía de un adolescente desplazado o machacado en la escuela que en denunciar esos actos.

    Sólo añadir que Hannah muestra un comportamiento errático y bastante autodestructivo, pero dulcificado porque está encarnado por una chica muy dulce, sensible e inteligente…. supuestamente.

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