, archivado en Fargo

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No estamos aquí para contar historias. Estamos aquí para contar la verdad” (Oficial de la Stasi, 3.1.).

A la tercera, ay, ha ido la vencida. Tras dos temporadas memorables, perfectas, Fargo (Movistar Series) ha bajado un escalón en su trilogía sobre la banalidad del mal, el triunfo del héroe y los problemas de la ficción. Eh, pero que los maximalistas envainen sus machetes: una floja temporada de Fargo sigue siendo una aventura salvajemente entretenida, ebria de imaginación y apta para hincarle el diente con sosiego.

¿Qué no ha funcionado?

En primer lugar, el protagonista -desdoblado- ha resultado de lo menos atractivo del elenco. Ewan McGregor está correcto, lidiando con el acento y esforzándose por dotar de profundidad a dos hermanos a los que les cuesta escapar del estereotipo bíblico. Para colmo, el más interesante de los dos muerde el polvo a mitad de la serie, dejando al más soso al frente de la función. Su falta de carisma y profundidad ha sido más un problema de escritura que de actuación. En un elenco más parco que en otras ocasiones, también ha resultado pobre la aportación de un desaparecido Jim Gaffigan, un sabroso aunque prematuramente descabezado Scoot McNairy y una inmensa Carrie Coon que no ha terminado de ganarse al espectador hasta la segunda mitad.

En general, ha sido una temporada a la que le ha costado mucho meter velocidad. Frente al relámpago de las dos anteriores premieres -que agarraban la solapa del espectador desde el minuto uno-, esta vez el artefacto no ha cuajado hasta la idea del tercer capítulo y la ejecución del cuarto. El tercero -lo más Legion de Hawley– resulta conceptualmente delicioso, no solo por la ironía de sacar a la protagonista de su ecosistema provinciano, sino por esa estructura que centrifuga las vueltas al pasado con las animaciones sci-fi, tan naif como trágicas. Pocas metáforas visuales más aptas para la juguetona Fargo que ese dispositivo que se abre y cierra machaconamente. Porque todo Fargo -en su reflexión narrativa- levanta una aporía entre lúdica y surrealista.

Más potente ha sido el primero de los episodios redondos de la temporada: “The Narrow Escape Problem” (3.4.). Que la cabeza de Noah Hawley es un amasijo de imaginería psicotrópica y cultura pop no es ninguna novedad. Su reciclaje siempre resulta estimulante, inesperado. En el cuarto capítulo es cuando el didáctico Pedro y el lobo que compusiera Prokofiev se hace carne instrumental: el oboe, el bajo, el clarinete… con el mismísimo Lorne Malvo como narrador y las criaturas de la historia como personajes delegados:

La paráfrasis de Pedro y el lobo no pretende resultar exhaustiva. Es otro guiño más. Otra deconstrucción. Otro callejón sin salida para que el espectador ponga la máquina interpretativa a funcionar… y descubra que la literalidad es una filfa. Otra más. Hawley es listo. Porque, realmente, como ejemplifica la última secuencia de la serie, lo único cristalino es el carácter cánido de Varga y el optimismo infantil de Gloria Burgle. El lobo y Pedro. “¿Y qué si Peter no hubiera capturado al lobo? ¿Entonces, qué?”.

El último elemento que no ha funcionado con la brillantez de años anteriores ha sido la originalidad. Y eso resulta especialmente doloroso en una serie que la ostenta como su primer mandamiento. Demasiado déjà vu, too much repetition. Hasta su desvío narrativo en el último tercio, Gloria Burgle se pasa el metraje cómo émula de Molly Solverson: mujer aguerrida, bondadosa, sabuesa y en lucha contra un sistema comodón e inepto. El deliciosamente viscoso Varga pasaría por siamés de Lorne Malvo como fascinante agente de destrucción y caos; el primero inventa citas apócrifas mientras que el segundo las declama. E, incluso, hay escenas calcadas en eficacia y estructura: Yuri aterrorizando con palabras a Donny Mashman (una escena vigorosa) rememora las caquitas que se hizo Gus Grimly cuando Bob Thornton profetizaba sobre los dragones de los mapas.

Vale, aceptemos que varios elementos han hecho agua. Pero, ¿qué ha funcionado bien?

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Pues, para empezar, Nikki Swango. Tiene todo lo que se le puede pedir a un personaje badass, pero, a diferencia de los Yuri y los Meemo, Nikki está emocionalmente mucho más desarrollada. Y eso la hace tan interesante: la complejidad. Resulta que sí, que a pesar de las apariencias, la zagala estaba realmente enamorada del patoso de Ray. Da gusto contemplar cómo es la única -sumemos a la Gloria del cierre (*)- capaz de voltear dialécticamente a Mr. Varga. Este último es otro ejemplo de cómo dibujar un villano con encanto. El sensacional David Thewlis le aporta un físico repulsivo, como de barrio bajo galés, y su flemático acento british completa esa tremenda sensación de amenaza inminente. Si al retrato le unimos la bulimia y las recetas de su madre, ¡bingo!, emerge un malo para el recuerdo.

(*) En general, el personaje de Gloria ha mejorado mucho gracias a su simpática relación con su alter ego de St Cloud: Winnie Lopez. Una de las escenas más lindas del año es, sin duda, ese intento de consuelo en la clausura del 3.8.

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También ha funcionado muy bien el último tercio del relato, que ha permitido que la serie remonte ostensiblemente. Aunque suene paradójico, la muerte de Ray -uno de los teóricos protagonistas- ha permitido desplazar el foco al resto del plantel. Mucho más sabroso a partir de ahí. En concreto, la reaparición de Mr. Wrench (el único nexo entre las tres temporadas) es lo que ha aumentado la cilindrada del relato, aportándole la audacia física, la acción que le faltaba a la historia (**). El episodio 8 (no por casualidad titulado “Quién reina en la tierra de la negación”) resulta estupendo no solo por el áspero accidente del bus y la salvaje huida a través del bosque, sino por la metafísica escena -de una mágica espiritualidad entre cosaca y hebrea- de la bolera: “Esto es el universo en su forma más irónica”. ¡Y vaya si es irónico! Un giro lynchiano en toda regla, con Ray Wise en plan ángel vengador judío… administrando un purgatorio cristiano y salvando peña el mismísimo día de Navidad. ¡Ironía como concepto se queda corto, por Abbadon! No solo porque, por fin, conocemos al Yuri Gurka de la confusión berlinesa del inicio (reencarnación, además, de otras masacres contra los judíos), sino porque la reflexión sobre la verdad y las historias vuelve a saltar por los aires (***), como hacía el año pasado con el platillo volante. Ok, then, ¿por qué no?

(**) Dejemos de lado los diversos agujeros de guión que, en la letal y milimétrica planificación vengativa de Nikki y Mr. Wrench, los creadores dejan sin cementar: desde quién le manda el último mensaje a Varga hasta cómo demonios vuelve a arrancar el coche de Emmit en medio de la nada.

(***) Tampoco es casualidad que Hawley ubique su kafkiano prólogo en la recta final de un régimen comunista. Como sabemos por la historia, el totalitarismo es un siniestro experto en fijar la “verdad”. ¡Quién quiere los hechos cuando tenemos la machacona propaganda de la ideología! 

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El tercer elemento positivo que destacaría de Fargo es la season finale. Más allá de los deliciosos créditos tipografiados, el ritmo que adopta es arriesgado. Pero funciona. Si nos fijamos, todo el episodio está organizado en torno a tensiones dilatadas: Emmit robando la pistola a Meemo, Varga y sus secuaces persiguiendo al conejo blanco, el duelo triangular en medio de la autopista o, sobre todo, ese diábolico final en el Department of Homeland Security.

Aquí es donde el “bright noir” que siempre ha cultivado Fargo se ennegrece. Esta vez no parece que el Bien triunfe: en un falso final, Emmit, tras la maniática persecución del salao Larue Dollard, se va de rositas como criminal de cuello blanco; Nikki Swango -que no era una hermanita de la caridad pero sí la queríamos mucho- regresa para siempre con el gatito de la bolera; y hasta Sy Feltz, el más machacado de los personajes, mantiene su condena física en vida.

Sí es cierto que en la última conversación su hijo, Gloria Burgle insiste en el optimismo antropológico y familiar de la serie: “Así que por ahora, que sepas que en muchas ocasiones el mundo no tiene sentido. Pero como lo superamos es manteniéndonos juntos”.

Pero resta un epílogo. Plano, contraplano, plano, contraplano, plano, contraplano, un reloj. Cita falsa. Plano, contraplano. Fundido a negro. Arggggg. ¡Mamones! Carrie Coon, especialista en finales abiertos, no me deja esta vez tantas esperanzas. Igual que en el prologo germano son los “hechos” los que se adecuan a la “verdad” oficial (tooodo con muchas comillas), en la clausura resuena la advertencia relativista y conspiranoica de Varga: “Pero quién de nosotros puede decir con certeza qué ha ocurrido -realmente ocurrido- y qué es simplemente un rumor, una desinformación, una opinión”. Los más avezados pueden encontrar en este último duelo un combate entre la modernidad y la posmodernidad; o, incluso, hablar de la “posverdad” si les va la marcha. Pero una cosa está clara: la puerta puede abrirse con la versión que cualquiera de los dos propone.

Y eso… eso resulta realmente trágico. Demoledor.

FARGO finale

¿Y qué si Peter no hubiera capturado al lobo? Entonces, ¿qué?” (Narración de Pedro y el lobo. Un cuento sinfónico para niños, 1936, Serguei Prokofiev)

“El alma rusa quizá sea oscura, pero su piedad es infinita”. Así de irónico, con esa mala leche que solo puede amamantar un crítico, abotonaba Gibbons Huneker su reseña en el New York Times. Era el 11 de diciembre de 1918 y el propio Prokofiev había concertado sus disonancias en el Aeolian Hall de Manhattan. El pelotón de fusilamiento conformado por críticos de todos los diarios masacró su Concierto para piano.

El deliberadamente ambiguo final refrasea el inicio de este post y la pregunta del libreto de Prokofiev. Así concluye la orquesta: “Si escuchas muy atentamente, oirás al pato graznando dentro del vientre del lobo, porque el lobo, con las prisas, se lo había tragado vivo”. Y descubrirás, aterrado, mientras se lamentan los instrumentos de viento, que el drama más optimista de la televisión contemporánea se ha oscurecido hasta asumir, ay, la finitud de la piedad humana. Esto es: su derrota.

3 Comentarios

  1. qwerty_bcn

    Creo que era Álvaro Arbonés quién empezaba su crítica de Alien Covenant preguntándose cuantas veces Ridley Scott podría repetir el mismo esquema. La respuesta, al parecer, era 3. Tres veces contando lo mismo.
    Sin ser un seguido acérrimo a lo Fargo, sí que creo que quizás esta tercera temporada resulta terreno demasiado conocido. Según como, una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia. Y al final pasa lo que pasa. Que todo queda un poco desdibujado.

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  2. Mikel

    Creo que el principal problema ha sido que el epicentro narrativo, la relación Emmit-Ray, no daba para mucho. Ahí toda la razón.
    Fobia: no soporto a Mcgregor.

    * El inconsciente colectivo lleva filtrando desde hace varios años un profundo malestar en nuestra civilización. Empezamos a mirar al pasado y a dudar: ¿realmente los que ganaron la guerra (II Guerra Mundial) eran (los) buenos?. ¿El bien siempre acaba ganando?.
    ** Los socialistas de buen corazón siempre creyeron que después del capitalismo vendrá el socialismo, el paraíso de dios en la tierra. Ahora, muy enfermos y muy cansados aseverán: “antes SABÍAMOS que después del capitalismo venía algo mucho mejor; ahora, SENTIMOS que después del capitalismo PUEDE QUE VENGA ALGO MUCHO PEOR.

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