, archivado en Downton Abbey ,

Las segundas temporadas son como la resaca tras una noche de fiesta: una prueba de fuego. Imaginemos bailes de apertura brillantes como los de Damages, Heroes o Luther. A la mañana siguiente, tras un tiempo al sol, desilusiona contemplar cómo se les derrite el maquillaje, dejando al descubierto una piel agrietada, una voz de JB con Ducados y unos gestos ortópedicos, llenos de agujetas tras el esfuerzo inaugural. Downton Abbey también se ha convertido en calabaza. Aunque me temo que su inmenso éxito de público le impedirá darse cuenta de que ya no es la princesa de la fiesta.

Podría repetir palabra por palabra la crítica del año pasado. Y eso, en una serie de estas características, es un problema: porque implica que no ha evolucionado lo más mínimo desde el punto de vista dramático. Al contrario, ha dado varios pasos atrás. Había dos opciones: profundizar en los mecanismos del folletín de la literatura por entregas del XIX o flirtear con los gases de la telenovela venezolana noventera. Fellowes ha optado por lo segundo.

(A partir de aquí, detalles de toda la segunda temporada)

En primer lugar, como explica Marina en ¡Vaya Tele!, Fellowes ha “quemado trama como si no hubiera mañana”, pasando de puntillas por ramificaciones sugerentes como la del supuesto heredero “sin rostro” o la desaparición de Matthew y William en la guerra. Estos dos, además, se movían de la trinchera al té de las cinco con una facilidad supersónica…

La sensación de apelmazamiento de eventos históricos se ha multiplicado al ampliar la trama más allá del fin de la Gran Guerra. Así han perdido unidad dramática provocando un alargamiento que deja descolgados los dos últimos capítulos, los peores de toda la serie. El regusto a pompa y madera vieja que deja esta segunda temporada tiene mucho que ver con esos dos últimos petardos. Porque ese tramo final ha afilado los defectos de la serie: ha perdido ritmo, ha desnortado la trama y, sobre todo, se ha escorado tanto hacia el culebrón que ha rozado la autoparodia.

La soap opera tiene una longeva tradición en Gran Bretaña, donde maratones como Coronation Street o Eastenders han servido de entrenamiento para autores de la talla de Paul Abbott (Shameless, State of Play) o Tony Jordan (Life on Mars). Downton Abbey no ocultaba esa filiación, sino que jugaba con ella, como excusa, para dignificarla y refinarla mediante tres elementos:

  1. Una escritura depurada, donde la hojarasca sentimentaloide propia del género estaba respaldada por conflictos que hacían avanzar la trama en línea recta, con un puñado de personajes dibujados con mano firme.
  2. Un nivel de producción ambicioso, impresionante hasta para los cánones de las islas, capaz de recrear con mimo la época de esplendor de la aristocracia eduardiana.
  3. Una delicadeza formal, muy cinematográfica, que reforzaba en el espectador la sensación de relato amable, grácil, artesanal.

Lo tercero se ha mantenido en momentos tan arrebatadoramente románticos como estos extraordinarios travellings circulares cuando Anna cree haber visto a Mr. Bates (2.3.):

http://www.youtube.com/watch?v=tQmoAXootMk

Así mismo, Downton Abbey apenas ha variado su concepción ideológica (¡una serie de derechas, recuerden!), aferrada a términos como patria, honor, código y jerarquía. Ante el drama de un país desangrado por la guerra, constituye un envidiable ejemplo de sano patriotismo civil ver cómo toda el castillo arrima el hombro y ejerce labores de abastecimiento y retaguardia. A diferencia de los españoles, estos británicos no tienen complejos.

Los tropiezos llegan cuando el guión culebrea. Se pasan de frenada. Abusan de recursos excesivos y, por tanto, facilones. Ya ocurría en la primera temporada, pero solo ocasionalmente: la “placentera muerte” del amante turco, el jabóncito sobre el que resbalar. Sin embargo, aquí parecen amontonarse para pedir vez en la verdulería: un heredero con amnesia, un Matthew Crawley en plan Lázaro-levántate-y-anda, un beso prohibido en el salón central de la casa justo antes de que llegue tu prometida, una gripe ideal para cargarse personajes y cerrar conflictos a machete… y en este nivel, Maribel.

Claro, esto ha infectado a unas cuantas subtramas con el sarampión del “todo vale”. Mr. Bates ha acabado resultando un tipo insufrible y la trama con su ex-esposa bastante pesadica; una lástima, ¡con lo deliciosa que es Anna! El romance interclasista entre Lady Sybil y Branson (¡ahora es periodista cualquiera, leñe!) explica por qué la serie evitaba esos berenjenales el año pasado: simplemente, no saben manejar los conflictos sociales. De hecho, el retrato aristocrático que es toda la serie resulta más atractivo cuando gravita por encima del bien y del mal, como ejemplifica la deliciosamente pérfida Condesa de Grantham. Si bajan al barro, pierden autenticidad, como en las escenas bélicas.

Por eso, también, a los escarceos amorosos de Lord Grantham con la sirvienta les ha sobrado estropajo. Narración patosa, affaire muy, muy forzado. Para empezar, no es creíble que un tipo tan rígido como él pierda pie así. Si la sirvienta fuera una buscona, todavía. Si él tuviera aura de conquistador, aún. Ni una ni otro. Además, una vez metidos en harina, tonto ella, tonto él, van y se arrepienten y aquí se acaba todo que yo me voy. No funciona -al menos, no funciona tal y como lo han mostrado- eso del adulterius interruptus. Hace agua porque los creadores han retorcido la trama para mantener inmaculados moralmente a sus personajes. Y, ay, eso no cuela. La vida, con sus pasiones, es mucho más puñetera, que se lo digan a Anna Karenina, Emma Bovary o Ana Ozores. Los creadores, con este requiebro, han caído en lo que tantas veces sucede en series “progresistas”: que el relato y la coherencia de los personajes se ahogan para mantener a flote una tesis ideológica.

Por supuesto que el artefacto ha resultado entretenido -excepto al final- y ha ganado destellos como la incorporación de Iain Glen, pero me temo que esto va cuesta abajo. Ha sobrevivido a la guerra para perderla. ¡Si hasta Mr. Carson chisporrotea y al malvado Thomas le dan gato por liebre! ¿Qué será lo próximo, que Lady Mary friegue los platos?

¡Ser derrotista es tan de clase media! (aquí recopilan ésta y otras perlas del personaje de Maggie Smith este año). Pero yo lo soy, qué le vamos a hacer. El primer año reveló una soap opera que refrescaba el género con ambición y una majestuosa grandeza; ahora ha quedado reducida al cascarón de la estética. Así, Downton Abbey renuncia a la pole. Pierde aceite. Gana jabón. Y hace demasiada espuma.

24 Comentarios

  1. MacGuffin

    Te veo muy derrotista, Alberto, y no es para tanto, haz caso a la condesa viuda de Grantham. Ir tan rápido creo yo que ha sido el principal defecto de la serie, del que se derivan todos los demás, pero se puede corregir. Ahora, no nos engañemos. Desde el principio estábamos viendo un culebrón cuyo éxito sobredimensionó. Y muchas de las críticas que he leído hacia esta 2ª temporada me han parecido muy snobs, en plan \”yo estoy muy por encima de esto, pero lo veo para criticarlo y sacar todas las inexactitudes históricas que quiera, aunque sean un detalle sin importancia\”. Eso sí, lo de lord Grantham y la doncella, no, pero Lady Mary ha sido muy interesante toda la temporada.

    Ay, amigo, cualquiera puede ser periodista. Pero cualquiera, eso no se lo ha inventado Downton Abbey.

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  2. satrian

    Yo no creo que haya desmejorado tanto, eso sí han desdibujado muchos personajes porque sí, han sacado tramas muy forzadas, y el guión ha ido a trompicones, pero el espíritu, al menos para mí, sigue ahí.

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  3. cineNserie

    Completamente de acuerdo contigo Alberto en casi todo… y sin embargo yo tampoco veo tantas diferencias con respecto a la temporada pasada que ya era exactamente lo mismo (aunque el uso de la guerra que se ha hecho y esas escenas de hoyo de tierra en el patio trasero, madre mia!), lo que pasa es que la novedad nos hacía verlo de otra manera. Aún así, aunque todo esto sea un \”Ferrero Rocher\” sin chocolate ni avellana, yo soy de los que disfrutan viendolo cada semana, porque admitámoslo, en un culebrón venezolano ni hay estos actores, ni ese diseño de producción.

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  4. Jaina

    En el fondo tampoco hay tanta diferencia con la primera, sino que se han pasado con la velocidad cohete y han metido demasiados quiebros y efectos para no llegar a ninguna parte. Eso sí. lo de Branson y Sybill parecía el día de la marmota menos en los dos últimos episodios (jaja, Branson tiene disculpa que la carrera de aquellas no estaba reglada y se lo ve un tipo con inquietudes!) y la aventura de Lord Granthan sacada out of the blue. No le pega nada, pero nada. Como MacGuffin, opino que Lady Mary ha sido de lo mejorcito de esta temporada, digna heredera de su abuela y con menos berrinches a lo reina del drama gracias a que ha madurado.

    A ver qué nos trae el especial de Navidad. Yo esperaré a comentar una vez que lo haya visto.

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  5. Telefila

    La serie me sigue entusiasmando, es un culebrón ¿y qué? Lo era y lo seguirá siendo. Han pasado por un montón de cosas muy rápido, es cierto, pero eso debe ser porque el señor Fellowes quiere llegar a la Segunda Guerra Mundial, como leí, y con tan pocos episodios o necesita saltos o un porrón de temporadas que no le van a dar.

    Los personajes siguen tan interesantes y el amor muy presente. Lo de Lord Grantham fue un WTF en toda regla pero pensar esto, su mundo de un día para otro cambió, y su mujer y sus hijas pasaron a dedicarse a otras tareas dejándole bastante de lado así que en el fondo se puede entender su escarceo.

    Ahora, que dejen de hacer sufrir a la pobre Anna, si hay alguien que no se lo merece es ella.

    Un saludo!

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  6. Borja

    La primera temporada era el envés de Lady Marchmain y Brideshead. Muy bien.

    Esta última temporada es un folletín del sustituto de Wilde cuando estaba en la cárcel.

    No pierdan el tiempo. Penosa y, sorprendentemente, mal montada.

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  7. Regla

    Vaya Alberto, eso es lo que yo llamo una crítica apasionada. No ha dejado títere sin cabeza. Más trapos sucios no se pueden sacar. La primera temporada me dejó muy buen sabor de boca. Y esta noche estrenan la segunda temporada en Antena 3. A ver si consigo encontrarle alguno de los defectos que menciona. De momento, mantengo viva la ilusión.
    Un saludo.

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  8. Pinkwoman

    Los que dicen que no ven tanta diferencia entre la 1ª y 2ª temporada que me cuenten donde vieron en la primera resucitar a muertos, andar a paralíticos, hacer promesas absurdas en el lecho de muerte, darse besos en pleno salón con la prometida de uno en la habitación de al lado, morir personajes de lo más convenientemente cuando ya no sabían que hacer con ellos, protagonizar adulterius interruptus (como bien dice Alberto) y demás componentes del más cutre de los culebrones venezolanos. No sé si es que en UK nuncan han visto este tipo de folletines, pero para mi la 2ª temporada ha sido de lo mas chusca, con momentos de \”no serán capaces de…\” y sí, eran capaces. Y eso sin contar la poca mella que parece que hizo en los personajes la Gran Guerra, el conflicto que rompió en pedazos la inocencia de una clase y el inmovilismo de otra. Si la serie fuera Colombiana la hubiéramos puesto en horario de sobremesa. Y no nos hubiéramos perdido mucho.

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