, archivado en The Hour ,

Aterrizabas en la Universidad, vestido de pipiolo, y te encontrabas a un cura que fumaba tabaco negro, gastaba voz nasal y tenía muy mala leche. Al rato -o quizá años después, al volver la vista atrás- te dabas cuenta de que D. Gonzalo Redondo era un apasionado defensor de la la libertad individual y, precisamente por eso, era arisco con los maleducados, esa pijería que hace perder tiempo y dinero a los alumnos educados. Si cuchicheabas con el de la lado, no te miraba, ¡te ametrallaba!

Pero las formas son lo de menos. Las clases de Historia Universal de Redondo eran un desfloramiento intelectual.  Un antes y un después. La Universidad en estado puro: enseñar a pensar, a dudar de todo, a tener hambre de saber. Entender el hombre, la sociedad y el mundo. De la Revolución francesa en adelante, uno se lo estudiaba por su cuenta; nada de recitar en clase. Qué va. Él mordía lo interesante: filosofía de la Historia, antropología social, historia de las ideas, teoría del conocimiento… Solo al final del curso ponía en diálogo toda la teoría (más lo estudiado por cada alumno por su cuenta) con una visión más tradicional de la Historia. Y empezaba por 1956, un año crucial. Un año que él vivió a pie de pista, como reportero.

Como en The Hour.

La esperada joyita veraniega de la BBC ha cumplido con las expectativas. Durante su visionado he tenido siempre en mente los relatos que D. Gonzalo -el mejor profesor que he tenido- trazaba de aquel turbulento año: Hungría, Suez, Nasser, Guerra Fría, No Alineados y demás turbulencias geopolíticas.

Más allá de confusiones promocionales, el referente de The Hour nunca fue Mad Men, sino el thriller político de los setenta. Incluso, como apuntó Valentina, enlaza antes con la enigmática Rubicon que con los Draper boys. Sí que mantiene esa sensibilidad visual con aroma añejo y un ritmo de cocción lenta. Ah, y la peña fuma mucho. Pero ya está. Pare de contar.

The Hour es una serie narrativamente ambiciosa, sin miedo a jugar en el aire con varias pelotas a la vez, como Spooks: tramas personales (tanto amorosas, como familiares), conflictos profesionales (“los chicos de la prensa”) y un marco de política internacional que permea decisivamente el resto del relato. Una telaraña bien cosida, donde las tres líneas argumentales están mejor entreveradas de lo que parece a primera vista.

Tanta ambición produce complejidad y reclama un espectador cauto, obligado a ir uniendo las piezas sin prisas. Porque la peripecia actúa  como una bomba de explosión retardada. Uno se despierta a media noche y piensa: “¿Pero qué diablos quiso decir con eso?”.


Freddie Lyon dispara sus intenciones en el primer minuto: “Los noticiarios están muertos. Hemos estado aburriendo al público demasiado tiempo. Déme esta oportunidad y se lo demostraré” (1.1.). El espejo que aplican al mundo del periodismo resulta sugestivo aunque, como apunta Bowden, la cosa tiene más que ver con cómo la BBC se ve en la actualidad a con cómo era en los 50. El “caso Kelly” aún hace pupa en la Auntie. Y es que el exceso de paralelismo histórico entre los 50 y la actualidad es la mayor rémora de The Hour: lastra la potencia del relato y resta sutilidad al guión (muy forzada la soflama antibelicista del último Freddie, por ejemplo). Si destilamos esos pies forzados, es interesante asistir a cómo las noticias van raspando libertad e independencia frente a los intentos de control por parte del  poder político (¡no se podía informar hasta pasados 14 días de cualquier medida tomada por el Parlamento!).

A la línea de espionaje le cuesta arrancar, pero cuando adquiere velocidad se hace irresistible. La intriga juega con un mecanismo curioso (que Poe llevó a la exasperación en su célebre relato “La carta robada”): la obviedad del culpable es su mayor coartada, una especie de descarte porque “no-puede-ser-tan-fácil”. [Espoiler hasta el final del párrafo] Desde que quema documentos en el capítulo 3, el delicioso Clarence lleva la etiqueta “topo soviético” escrita en la frente. Y, sin embargo, el previsible final resulta sorprendente porque en las buenas obras de intriga el espectador siempre descarta lo obvio. Y, además, la revelación se acompaña de bofetada: la desesperación vital e ideológica que exhibe Clarence constituye una soberbia mezcla de traición, amor paternal, celo ideológico y sorpresa ante el fracaso.

Como siempre con los hijos de la Gran Bretaña, los actores son uno de los puntos fuertes. La galería de secundarios es estupenda, incluso para estereotipos fáciles como el villano Angus McCain (interpretado por Julian Rhinn-Tudt). Al ya citado Clarence (Anton Lesser), hay que añadir al vendaval Lix (Anna Chancellor), auténtica robaescenas de la serie y espejo futuro de lo que le espera a Bel (Romola Garai) si quiere triunfar en tierra de hombres. Con la fuerza sensual de su mirada, la Garai (oh, Sugar) imprime carácter a un personaje por el que asoman ciertos problemas de escritura; Bel apenas evoluciona ante los conflictos profesionales, sus titubeos amorosos no casan con su carácter y la “cuestión feminista”, mal dibujada, se dirime más en diálogos forzados que en acciones naturales de la trama (“Trabajas dos veces más duro que los hombres y ninguno de ellos es la mitad de bueno que tú”, ehhh, bueno, Freddie trabaja más duro y, además, es mejor).

El gran descubrimiento, no obstante, es el de Ben Wishaw, un actorazo al que no había visto trabajar antes. De físico aparentemente débil, la fuerza interior que emana de su personaje crece con la mirada de Wishaw, intensa, inteligente, altiva. Sobre todo, altiva. Me apena no poder decir lo mismo de Dominic West, el mayor reclamo comercial de The Hour. El tipo no logra transferir a su personaje esa aura de carisma que (supuestamente) caracteriza al guaperas de presentador que interpreta. Le veo como algo atontao, desubicado en esta Inglaterra de los cincuenta donde el exhibe la cicatriz de la elite de Eton. Además, su personaje es el eslabón más débil: sus infidelidades son de lo menos trabajado de la historia; el personaje de su esposa es bastante torpe y, ejem, si vas a pegársela con otra no vuelves a casa con manchas de carmín… Una mujer fuerte como Bel nunca se enamoraría de semejante mequetrefe.

Caten The Hour. Con sus fallitos y obviedades, es una serie elegante, de miras altas. Nostalgia, intriga, periodismo, espionaje y melodrama. Muy completa para solo seis capítulos y un puñado de traidores.

11 Comentarios

  1. Comeclavos

    Muy de acuerdo con todo, Alberto. Sólo una cosa: creo que la actriz que interpreta a Lix se llama Anna, no Ann. Y cuando dices Eaton supongo que quieres decir Eton.

    No quiero parecer tiquismiquis ni nada de eso, simplemente había una \”a\” esquiva por ahí.

    Un saludo

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  2. OsKar108

    Muy buena, y de solo 6 capítulos, aunque creo que está prevista otra temporada, si no me equivoco.

    ¡Saludos!

    Responder
  3. Josep

    Hola:
    Vista la serie al completo, supongo que, por lo menos, merecería una addenda este artículo, porque creo que en la segunda parte hay un redondeo al alza tanto del guión como de todos los componentes del elenco, fantástico.
    Saludos.

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