, archivado en Southland

Da gusto ver cuando una serie crece sana. Sobre todo tras pasar una etapa en la incubadora. Le ha ocurrido a Southland, el agresivo policíaco de TNT, una de esas cadenas que tiene decidido su rumbo (en España por Nitro). La primera temporada en la NBC fue sólida, pero nos dejó con cara de aperitivo. El segundo año, tras el zigzag de su renovación y su cambio de camiseta, fue uno de esos casos de “sí pero no”. La serie de Wells (Urgencias) quedaba resultona sobre el papel, pero falta de ejecución en tres elementos esenciales: continuidad, orginalidad y, sobre todo, mala leche. Una serie policíaca tiene que ser una serie enfadada, que le escupa de vez en cuando al espectador y le salpique sangre en el ojo. 

A la tercera ha ido la vencida. Southland ha definido su personalidad y se ha licenciado. ¿Cómo ha logrado madurar en estos diez capítulos? Agárrense, que vienen espoilers.

Pues básicamente matando personajes principales. Mano de santo. Piense en sus dramas favoritas y verá cómo tarde o temprano los soldados van cayendo. El asesinato de Nate Moretta, a pesar de lo discutible de la situación, prendió los grados que faltaban. Además de la tensión dramática, su muerte sirvió para higienizar el relato. Porque uno de los problemas de Southland era la coralidad, esa arma de doble filo. Si hay desequilibrio dramático, el relato se resiente y el espectador quiere avanzar con el mando las subtramas de los personajes-tronco. El desgarro de Moretta sirvió, incluso, para que la historia de Sammy -obsesión, venganza y amor prohibido- tuviera su sabor.

Que había tipos bastante más sosetes que otros ya lo intuían los creadores al quitarse de en medio a Russell en el primer asalto. Sí interesaban mucho más, por ejemplo, el explosivo córner de Ben y Coop. Su relación, cada vez más agria, ha ganado enteros con la senda autodestructiva del estupendo Michael Cudlitz. Sus demonios internos abarcan una homosexualidad mal digerida, un padre siniestro y unos dolores de espalda que intenta paliar aunque, en el fondo, esté convencido de que se los merece. Por eso se droga: para engañar la culpa. Ben, por su parte, ha madurado a golpes. Recibiendo y dando, como debe suceder en la jungla. Y luego está la siempre atractiva Lydia, una tipa que combina la ferocidad del trabajo bien hecho con unas grietas de ternura que despuntan en soledad.

Con este triángulo como sostén dramático, Southland también ha sabido imprimir mayor visceralidad visual este año. Estuvo aquel inesperado atropello a la carrera, la frialdad de Lydia para cargarse a un psicópata o esa brutal persecución por los tejados de la ciudad en el último capítulo.

Con todos estos síntomas, me da que Southland es una serie que aún puede seguir creciendo. ¿Llegará a doctorarse?

——- 

Cortesías (El Mantenido y The Shield; Fuera de series y las descargas)

Trackbacks/Pingbacks

  1.  Diamantes en serie
  2.  ‘Southland’: simplemente su miércoles | Diamantes en serie
  3.  Los guardianes de la frontera | Diamantes en serie

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *