, archivado en Dead Set ,

Contiene spoilers
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Ahora que llega por fin a las pantallas españolas, conviene echar una breve mirada a las virtudes y defectos de Dead Set, la sanguinolenta sátira de Charlie Brooker.

Como es conocido, se trata de una miniserie británica de la innovadora versión premium del Channel 4, que se inscribe en la tendencia contemporánea de mirar el funcionamiento de la televisión desde dentro. Algo que hacen, desde posturas antagónicas, obras como la cómica 30 Rock, la dramática Studio 60 o el despiporre cutre de Garth Marengui’s and the Dark Place, entre otros. Con Dead Set, Brooker desvela los mecanismos de producción de Big Brother para dibujar una parodia sangrienta y proponer una metáfora sobre el tipo de espectador que “devora” estos programas. En este sentido, la desoladora secuencia final propina un puñetazo de elocuencia acerca de la estupidez televisiva global…

Durante su inicio, esta miniserie de cinco capítulos juega la carta de la realidad al contar con la complicidad actoral de Devina McKall (presentadora de varias ediciones del Gran Hermano británico), así como la presencia de exconcursantes que insuflan ese aire verista necesario para los juegos metaficcionales. Sin embargo, a partir del tercer capítulo –es decir, cuando la historia se sumerge de lleno en el gore– el espectador suspende toda credibilidad.

Dead Set ofrece un ritmo vertiginoso, mucho exceso -¡ese productor histriónico y abusivo, toneladas de sangre y vísceras!- y una metáfora nada sutil. Por eso acaba siendo un producto casi exclusivo para amantes del subgénero de zombies (nunca me aclaro si los zombies son muertos vivientes o no; en este caso, son infectados). Es decir, actúa como una de esas obras ultramodernas que pueblan la Tate Gallery de Londres: una vez que pillas el truco, que ves el concepto, que dices “ah, qué ingenioso”, se acaba la diversión. Es lo que ocurre con Dead Set. A mediados de la serie, una vez detectadas las costuras, el dibujo no pasa de una gigantesca orgía de sangre. 

Para críticas a los excesos de la telerrealidad, me sigo quedando con la mala leche de Series 7: The Contenders o, cómo no, con la inteligencia de la puesta en escena de El Show de Truman: “No es siempre Shakespeare, pero es genuino”.

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Cortesías (Alex y The Shield