, archivado en The Affair

Noah Solloway: “Entonces era un hombre feliz: estaba orgulloso de mi familia, acababa de publicar mi primera novela…  Todo lo que, cuando era joven, me había prometido que lograría, lo había hecho”

Policía: “¿Pero?”

Noah Solloway: “Ese es el asunto. No hay un ‘pero’. Cuando miro atrás, no soy capaz de decir por qué ocurrió aquello”.

THE AFFAIR – Season 1 – Pictured (L-R): Dominic West as Noah and Ruth Wilson as Alison – Photo Credit: © 2014 Steven Lippman/Showtime. The series premieres Sunday, October 12 at 10:00 PM ET/PT.

No es ningún secreto que las pasiones son una bomba de relojería. Hay que ser muy cuidadoso al manipularlas, para evitar ponerlas en marcha, que te exploten y arrumben con todo. ¿El problema? Que muchas veces, demasiadas, en lugar de llamar a la puerta, se cuelan en tromba, arrasando todo lo que de estable y ordenado había en una vida.

La pasión -incontrolada, salvaje, tóxica- envuelve el “pero” al que Noah Solloway se refiere al inicio de The Affair (Movistar/Showtime). Una mirada en un restaurante de los Hamptons y un descenso a los infiernos del placer. Una historia de adulterio, tan vieja como el hombre. Hasta ahí, todo correcto, desde Emma Bovary a Yuri Zhivago. Sin embargo, sobre ese molde cornudo The Affair imprime una pirueta narratológica: el “efecto Rashomon“.

El maestro Kurosawa no inventó el punto de vista, pero sí lo convirtió en un meme cinematográfico. Ahora, en una época donde la ficción televisiva devora y recicla cualquier posibilidad estética, The Affair fructifica en un terreno narratológico donde ya sembraron, desde esquinas complementarias, los flash-sideways de Lost, los universos alternativos de Fringe o las dos vidas posibles de Awake, por citar los más ceñudos. La novedad radica en convertir el artilugio narratológico -dos puntos de vista sobre el mismo hecho- en elemento esencial del relato, pero no como una pieza de misterio, sino para escarbar en la herida emocional y multiplicar las aristas de los porqués. Las cadaunadas de Noah y Alison, con su rememoración líquida, pretenden recordarnos una verdad básica, antigua: que el hombre es el animal más complejo y contradictorio.

El problema de tan suculento planteamiento, como tantas veces, emerge cuando la forma se come al fondo, cuando la pirotecnia narrativa sustituye a la hondura dramática. Un fail clásico del relato serial. Su gran maldición, me atrevería a añadir.

The Affair venía con un aval dramático difícil de igualar: Hagai Levi y Sarah Treem, el creador y una de las adaptadoras de Be Tipul. Aquella rompedora serie israelí tuvo un valioso remake americano con In Treatment, uno de mis dramas favoritos de siempre. Treem, además, era la escritora responsable de muchos de los mejores personajes: la Sophie de la primera temporada, la April de la segunda o el Jesse de la tercera y última. Canela fina, pues, y muy, muy intensa. Si a ese currículum sumamos dos actores principales como el carismático y huracanado Dominic West y, sobre todo, la sensacional y sensual Ruth Wilson (ambos anduvieron muy alto en Mis Emmy), The Affair lo tenía todo para ganarme para su causa. ¡Y lo hizo!

Su primera temporada, excepto el derrape del capítulo final, es absolutamente excelente. Globos de oro muy merecidos. Dolorosa, compleja, ambiciosa, hipnótica a ratos, sutil en las relecturas de los mismos sucesos desde ambos lados del espejo, e, incluso, cercana: un tipo normal que da un mal paso. Incluso vistiendo ciertos paracaídas morales y religiosos, es algo que nos podría ocurrir a todos. Lo dicho: el hombre y su puñetera debilidad.

Conforme la primera temporada avanzaba, los conflictos se iban dilatando, exhibiendo los puntos muertos de la relación entre Helen y Noah, sus sueños rotos, sus hastíos cuarentones, sus diferencias de clase. Lo mismo para el otro lado de la pista: el sexo salvaje entre Alison y Cole no es más que un grito para no escuchar su propio llanto ante la muerte de su hijo. En ambos matrimonios el veneno de la ruptura va abriéndose camino porque Noah y Alison buscan el antídoto erróneo.

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¿Y por qué la season finale de la primera temporada anticipa el desfondamiento posterior? Precisamente por convertir el misterio -esas entrevistas con el policía que parecían un mero mcguffin- en algo realmente importante. En enigma que sí empuja el drama de forma decisiva, en lugar de dejar el misterio como un sencillo elemento de atrezzo dramático. Ahí es cuando la necesaria objetividad de los hechos choca con una de las grandes virtudes de la serie: el irresistible tiovivo emocional que suponía ir cortando y pegando las visiones de Noah y Alison. Esa deliciosa falta de certeza dramática -donde una escena reclamaba su complemento, a veces contradictorio, media hora después- es lo que impulsaba a The Affair hacia la originalidad y un activo disfrute estético.

Todo eso se fue al garete cuando el whodunnit se impuso al punto de vista y el qué jorobó al cómo. La segunda temporada duplicó el juego a cuatro personajes. Pero la apuesta, en lugar de amplificar la ambigüedad de la historia, terminó de  dañar el dispositivo. Apenas existía el regreso emocional, la relectura de los conflictos, el juego de espejos que convirtió la primera temporada en algo refrescante y potente. A pesar de la corteza, el juego a cuatro sustituyó el punto de vista por la consecución episódica: íbamos saltando de un personaje a otro, con historias en demasiadas ocasiones muy alejadas entre sí. Ya no había reverberación, sino un avance narrativo emperifollado.

Así, la segunda temporada perdió ese halo de intimidad intensa, verdadera, para convertirse en una maraña de conflictos amorosos y familiares más cercanos a la telenovela que al drama de calidad. La relación de los Solloway con sus hijos oscila entre el tópico de divorcio y la banalidad de la alocada hija mayor, el pichaflojismo de Noah bordea la vergüenza ajena (¡¡con tu hija, engg!!), Cole parece estar llamando en las puertas del psicoanálisis más de saldo en su relación con Luisa, y, en general, toda la trama de Alison con su cuñado resulta forzada… tanto como la insólita carambola de su asesinato/accidente.

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Por inercia y por cierta esperanza, nos animamos a recuperar The Affair en su tercera temporada. Quizá lo de la segunda había sido un tropezón. Pero, ay, a los cuatro capítulos decidimos abandonar. Cuando vimos, con sorpresa, que el relato abría un nuevo punto de vista (la profesora francesa, tan hipócrita y atormentada ella), que un engordado Brendan Fraser lideraba el drama carcelario o cuando la escena se pinta de thriller para apuñalar al protagonista en el cuello, uf, ahí decidimos que bastaba. En esta época donde hay tantísima televisión para consumir, ya no vale la inercia para continuar un visionado. Que Rashomon se vaya al garete ya no es problema: hay un buen puñado de dramas familiares y dilemas amorosos para escoger, desde This is Us a The Americans. En eso estamos.

3 Comentarios

  1. diego

    Imposible estar mas de acuerdo.La única diferencia es que la primera temporada la aplaudí a rabiar, pero la segunda….no pasé del tercer capítulo. Fallaba por todas partes. Es el problema de tensar una cuerda.

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    • Alberto Nahum

      Cierto, Teresa. Gracias por la corrección. Las prisas. Inicialmente puse, si no recuerdo mal, algo así como “los responsables de Be Tipul y su adaptación americana (junto con el hijo de García Márquez”, pero luego en la reescritura cambié para evitar repetir y el lío de nombres y versiones.

      Thanks.

      Responder

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