, archivado en Louie

Quienes siguen el blog ya conocen mi desequilibrio con el humor de cable. Louie es FX, ese canal básico que parece premium así que, de entrada, era un no-no. Lo que ocurre es que Louie es una comedia travestida: un drama de 20 minutos y vuelos existenciales.

Por eso me costó adentrarme en el universo de este cómico neoyorquino que hace de su fracaso un modo de vida. De la patética exhibición de su fracaso, para ser más precisos. Es tal su derrota que hasta la serie tuvo una desdichada precuela en la HBO: Lucky Louie, hace media década. El empujón me lo dieron Dani, Mauro o Alex, gentes con buen colmillo para las comedias y de criterio fiable.  “Vaaaale, le daré una oportunidad”.

Ataqué a sorbos la primera temporada hace unos meses. No me apasionó. La estructura tenía su punto: mezclaba fragmentos de stand-up con la ficcionalización del día a día del cómico: los jirones de su divorcio, sus hijas, sus ligues, los enfados con su madre y demás sartenadas (solo le ha faltado incluir sus tuiteos borracho). Todo mediante una jerarquía muy libre, con capítulos que unas veces contienen dos historias, otras solo una y más allá una colección de estampas deshilvanadas que se atreven con el surrealismo o la ensoñación en blanco y negro. Además, a diferencia de Seinfeld, el empleo de los monólogos también es anárquico. Precisamente ese humor de stand-up (cotidiano, sudado, escatólogico e irónicamente cruel) era lo que más se me atragantaba. Pero la plantación tenía un aroma de flor entre la mierda que hacía todo el show interesante. Fresco. Extrañamente poético, incluso, como en la secuencia de cierre de la primera temporada, desayunando con sus dos hijas en el amanecer neoyorquino.

Con esa chichonera puesta comencé la segunda temporada, para confirmar o descartar. Y Louie ha salido ganando. Mucho. Es una serie que sigue sin cautivarme por sus elementos cómicos. Me río poquito, en general, y algunos gags me parecen de mal gusto (prototipo: el histérico embarazo de su hermana que acaba… en un pedo). Pero ya lo dijimos: la comedia es solo un antifaz. Lo que me fascina es su amargura, la cartulina de payaso llorón: ese gaje de tristeza que se hace pasar por risa, de tipo profundamente amargado obligado a arrancar carcajadas en los demás.

La temporada ha sido sorprendente por las oscuridades que ha transitado. Al desamor habitual del protagonista -simbolizado en el patético equívoco de cierre, tras la tournée con Chris Rock-, hay que sumarle una abuelita racista, un cómico plagiador, unas secuencias de puro terror en Halloween y una sobrina en estado pre-depresivo. Sin embargo, lo que podría alcanzar la categoría de dramón de telefilme de Antena 3, de relato nihilista, adquiere una vertiente muy humana gracias a la mirada que le imprime este hombre orquesta que es Louis C. K.

Tres episodios expresan con escalpelo esta calidez humanista, esa hondura que demuestra FX en sus mejores costados. En “Come on, God” (2.8.), Louie se enfrenta a una joven y bella cristiana en un debate televisivo sobre las bondades del dios Onán. Lo que podría haberse convertido en una previsible ducha de bromas más o menos soeces, se vuelve una aguda reflexión sobre el cariño y la entrega amorosa. Esto es huir del tópico y lograr, mediante la perplejidad del protagonista, una inesperada empatía con el espectador.

“Eddie” (2.9.) es un capítulo durísimo; humor apaleado. En resumen: la travesía de Louie junto a un antiguo comediante que quiere suicidarse, con nuestro héroe haciendo de salvavidas para que el fulano se agarre de nuevo a la vida. Todo el episodio atiza un planchazo en la cara, llevando la noción de “agridulce” a un nuevo estatus. Y funciona, vaya si funciona.

El último ejemplo de la humanidad que esconde el personaje tras su fachada destroyer asoma en la ternura de “Duckling” (2.11.), un episodio de 40 minutos ambientado en Afganistán. Punteado por una excelente banda sonora (estupenda en toda la serie), la historia se apoya en un patito que la hija de Louie le mete en la maleta antes de que se vaya a animar a los tropas americanas en el frente. Todo -el animalito, la guerra, sus compañeros de viaje, sus miedos en el helicóptero- se eleva como metáfora de su propia existencia y regala una secuencia de felicidad pura, adánica, mientras los soldados juegan al fútbol. “Hay hermosura en todo esta basura que te ha tocado vivir, Louie; solo hay que saber mirar”.

Porque al final, Louie es una obra sobre la maduración, sobre la crisis de los 40, la paternidad, el dolor y, ay, la soledad.

Supongo que las desventuras de este Quijote urbano serán la sublimación de lo que Jordi Costa ha catalogado como post-humor: una comedia que te hace llorar… pero no de risa, sino de emoción y rabia.

14 Comentarios

  1. fasensio

    Muy de acuerdo con tu análisis. Creo que es una serie que de entrada puede tirar para atrás, por su humor pasado de vueltas, su amargura, y lo anárquico de sus tramas. Pero le sobra frescura por todos los lados, y transmite una autenticidad que no tienen otras series mucho más calculadas y y diseñadas para gustar a todos los públicos.
    Para mí, una de las grandes sorpresas de esta temporada, ha sido el buen hacer de sus hijas frente a la pantalla. En especial la frescura y espontaneidad que transmite la menor de ellas. Y me emociona como, uno de los mejores capítulos de la temporada como ha sido ese “Duckling” (2.11.) afgano, se lo debe a la feliz idea de su hija. No sólo son las hijas en la ficción quienes le meten el patito, sino que en los títulos de crédito Louie señala que el capítulo se debe a una idea de su hija.

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